
En un escenario marcado por la urgencia y la incertidumbre, Rodrigo Paz Pereira tomó posesión como presidente de Bolivia el pasado 8 de noviembre de 2025, cerrando un ciclo de dos décadas dominadas por el Movimiento al Socialismo (MAS) y abriendo una etapa que, aunque llena de expectativas, está plagada de desafíos estructurales.
Este gesto diplomático simboliza un giro en la relación bilateral, que se suma a la decisión de Paz de reabrir vínculos con Estados Unidos, interrumpidos desde 2008, para facilitar acceso a financiamiento y cooperación internacional, vitales para afrontar la escasez de divisas y combustible que afecta a Bolivia desde 2023.
El gabinete incluye figuras con experiencia internacional y técnica comprobada, como Fernando Aramayo en Relaciones Exteriores, y José Gabriel Espinoza en Economía, quienes acompañaron al presidente en gestiones con el FMI, BID y el Banco Mundial en Washington. Mauricio Medinaceli, experto en energía, asumió Hidrocarburos y Energías, reforzando el enfoque técnico.
El giro hacia un gabinete tecnocrático ha generado debates en Bolivia. Por un lado, analistas como Raúl Peñaranda valoran la profesionalización y la ruptura con la lógica de cuotas sociales que caracterizó a los gobiernos del MAS, donde los ministerios se repartían entre sectores sociales y corporativos. Sin embargo, esta decisión también abre interrogantes sobre la representación política y social en un país históricamente fragmentado.
Sectores sociales y movimientos que fueron base del MAS muestran cautela, mientras que la oposición y empresarios ven con esperanza la apertura a la inversión y la reducción del aparato estatal.
La reapertura con Estados Unidos y la presencia de líderes regionales conservadores en la investidura marcan un cambio en la política exterior boliviana. Paz ha sido claro en priorizar la democracia como principio para establecer relaciones, dejando de lado a gobiernos afines al MAS como Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Chile y Bolivia, pese a la persistente disputa marítima, han reactivado canales de diálogo y cooperación en seguridad y recursos hídricos, lo que podría abrir espacios para una relación más constructiva, aunque los temas de soberanía siguen siendo un escollo.
Rodrigo Paz hereda un país con una economía en crisis profunda, con un déficit fiscal cercano al 9% del PIB, inflación alta y desabastecimiento de combustibles que ha provocado tensiones sociales. Su apuesta por un gabinete técnico y una agenda de "capitalismo para todos" busca acelerar la recuperación y restaurar la confianza.
No obstante, la magnitud de las reformas necesarias, la fragmentación política y social, y la necesidad de acuerdos legislativos amplios plantean un escenario complejo. La capacidad de Paz para equilibrar eficiencia técnica con legitimidad política será fundamental para evitar que la crisis económica derive en inestabilidad mayor.
En este coliseo donde se enfrentan la urgencia económica, las demandas sociales y las tensiones políticas, Bolivia comienza un nuevo capítulo, con un liderazgo que apuesta a la transformación del Estado desde la meritocracia y la apertura internacional, pero que deberá lidiar con los fantasmas de un pasado reciente y las expectativas de un pueblo ávido de cambios tangibles.