
El domingo 9 de noviembre, Japón fue sacudido por un sismo de magnitud 6,7 con epicentro frente a la prefectura de Iwate, en el noreste del archipiélago.
Este evento sísmico revive la memoria colectiva del devastador terremoto y tsunami de 2011, que causó alrededor de 18.500 muertos y desaparecidos, además de la crisis nuclear en Fukushima, el accidente más grave desde Chernóbil. Japón, ubicado en el llamado "Anillo de Fuego" del Pacífico, es uno de los países con mayor actividad sísmica del mundo, experimentando cerca de 1.500 sismos anuales, la mayoría leves pero con potencial destructivo variable según su epicentro y profundidad.
Sin embargo, mientras el país se enfrenta a esta amenaza natural, otra crisis inédita sacude a Japón: un aumento récord en ataques de osos que ha cobrado la vida de 13 personas y dejado más de 100 heridas desde abril de este año fiscal.
Este fenómeno ha llevado al gobierno a tomar medidas extraordinarias. La primera ministra Takaichi anunció el uso de rifles por parte de la policía y la contratación de cazadores especializados para proteger a la población. Además, las Fuerzas de Autodefensa de Japón comenzaron a desplegar tropas en regiones afectadas como Akita e Iwate, equipadas con esprais repelentes, palos, escudos y lanzadores de redes, pero sin armas letales, debido a las estrictas leyes sobre armas en el país.
Expertos atribuyen esta crisis a una combinación de factores: una cosecha escasa de bellotas, alimento natural de los osos, que los impulsa a buscar comida en zonas urbanas; y la despoblación rural, que ha borrado las fronteras tradicionales entre hábitats naturales y áreas residenciales, facilitando la expansión de estos mamíferos hacia zonas habitadas.
Este doble desafío —el sismo y la crisis de fauna— pone en evidencia las complejidades que enfrenta Japón en su interacción con la naturaleza. Por un lado, la constante amenaza sísmica exige una infraestructura resiliente y protocolos de emergencia eficientes; por otro, la convivencia con la biodiversidad local se tensiona ante cambios ambientales y sociales que alteran los equilibrios históricos.
Desde una perspectiva regional, el sismo y la alerta de tsunami movilizaron a las autoridades chilenas para monitorear la situación, pero la rápida comunicación y la experiencia en gestión de riesgos permitieron descartar cualquier peligro para la costa nacional, evitando alarmas innecesarias.
En suma, Japón se encuentra en una encrucijada donde la naturaleza se manifiesta con fuerza y diversidad: la tierra tiembla y la fauna reclama espacios, mientras el Estado y la sociedad buscan respuestas que conjuguen seguridad, convivencia y sostenibilidad.
El episodio confirma que las amenazas naturales y las crisis ambientales pueden entrelazarse, generando escenarios complejos que requieren políticas integrales y una ciudadanía informada y preparada. La lección para Chile y el mundo es clara: la gestión del riesgo no es solo una cuestión de tecnología o infraestructura, sino también de comprensión profunda de los ecosistemas y las dinámicas sociales que los rodean.