
A seis días de las elecciones presidenciales de Chile, el lunes 10 de noviembre quedó marcado como la última gran contienda pública donde los ocho candidatos a La Moneda desplegaron sus cartas en el debate organizado por la Asociación Nacional de Televisión (Anatel).
El escenario fue un coliseo de confrontaciones donde la seguridad pública y la migración ilegal se convirtieron en los temas que más encendieron la polémica. La derecha radical, representada por Kast y Kaiser, defendió una agenda dura con propuestas que incluyen vallas fronterizas, expulsiones masivas y un control férreo, mientras que la izquierda, liderada por Jara y Artés, abogó por enfoques basados en derechos humanos, control inteligente y rechazo a medidas que consideran xenófobas.
En el centro del ring político, Matthei defendió un enfoque de "inversión en seguridad" que combina tecnología y sanciones, mientras Parisi intentó destacar sus propuestas sociales, aunque con menor protagonismo en el debate. Mayne-Nicholls y Enríquez-Ominami se mantuvieron en un perfil más técnico y crítico, apuntando a la falta de soluciones concretas en los extremos.
El debate también evidenció las estrategias de desgaste mutuo que caracterizan esta elección: acusaciones cruzadas sobre la gestión del gobierno actual, cuestionamientos a la honestidad y a las propuestas, y un clima de polarización que reflejó la fractura social y política del país.
Desde la izquierda oficialista, la apuesta fue mantener la coherencia y no caer en provocaciones, mientras que la derecha radical buscó marcar el ritmo con discursos contundentes y propuestas de mano dura.
A la luz de los hechos y las reacciones posteriores, el debate dejó en claro que el país se enfrenta a un quiebre marcado por visiones irreconciliables sobre seguridad, justicia social y el modelo de Estado. La distancia entre los extremos no solo es ideológica, sino también de estrategia política y retórica.
En conclusión, este último cara a cara fue más que un intercambio de ideas: fue un espectáculo donde cada candidato se jugó su carta final para convencer a un electorado obligado a votar por primera vez en la historia reciente, en un contexto de alta incertidumbre y desconfianza.
La verdad que se impone es que Chile está ante una elección que no solo definirá un gobierno, sino que también traza el mapa de la convivencia política y social para los próximos años. Las consecuencias de este debate y del proceso electoral que se avecina serán profundas y duraderas, y la ciudadanía, como espectadora y protagonista, deberá ser capaz de discernir entre la retórica y las propuestas con impacto real.
Fuentes: El País Chile, La Tercera, Diario Financiero, análisis de expertos políticos y observadores electorales.