A más de dos meses de los diez días de junio que pusieron a Medio Oriente al borde de una guerra total, el silencio que sigue al estruendo de los misiles es tan elocuente como la propia escalada. El alto al fuego entre Israel e Irán, mediado de forma tan heterodoxa como contundente por el presidente estadounidense Donald Trump, se mantiene. Sin embargo, el análisis sosegado de los eventos revela que no se trató de un simple intercambio de fuego, sino de un reajuste sísmico en el tablero geopolítico de la región, cuyas réplicas aún se sienten.
Todo comenzó el 13 de junio de 2025. Tras años de una meticulosa y letal guerra en la sombra, con sabotajes y asesinatos selectivos, Israel decidió mover sus piezas a la luz del día. La "Operación León Ascendente" fue un ataque a gran escala contra instalaciones militares y nucleares iraníes. El gobierno de Benjamín Netanyahu lo justificó como una acción preventiva ineludible para evitar un "segundo holocausto nuclear", argumentando poseer inteligencia que probaba la inminencia de un arma atómica iraní.
No obstante, esta narrativa de urgencia existencial pronto mostró sus fisuras. Días después, fuentes del gobierno estadounidense filtraron que sus propias agencias de inteligencia no consideraban concluyentes las pruebas presentadas por Israel. Esta disonancia entre aliados fue el primer indicio de que la crisis se desarrollaría en múltiples frentes: el militar, el diplomático y el de las percepciones.
La respuesta de Irán no se hizo esperar y sorprendió a muchos analistas. A partir del 15 de junio, lanzó cientos de misiles balísticos y drones. Si bien la mayoría fueron interceptados, algunos lograron penetrar el sofisticado escudo multicapa de Israel. El impacto de un misil en el Hospital Soroka de Beersheba no solo causó decenas de heridos, sino que destrozó el mito de la invulnerabilidad que rodeaba al sistema defensivo israelí, conocido popularmente como el "Domo de Hierro". Expertos militares concluyeron que, si bien tecnológicamente inferior, Irán había explotado con éxito una estrategia de saturación, demostrando que ninguna defensa es infalible.
Mientras tanto, en el escenario global, Donald Trump desplegaba su característico estilo diplomático. El 16 de junio, abandonó anticipadamente la cumbre del G7, negándose a firmar un comunicado conjunto que pedía contención. En su lugar, publicó en su red social: "¡Irán no puede tener armas nucleares!", alineándose públicamente con Israel, a pesar de las discrepancias de inteligencia. Este acto dinamitó cualquier intento de respuesta multilateral coordinada, dejando el campo libre para una solución dictada desde Washington.
El punto de inflexión llegó el 21 de junio. Tras días de una ofensiva israelí que había dañado significativamente la infraestructura militar iraní pero no había logrado neutralizar su programa nuclear más profundo, Trump ordenó un ataque estadounidense. Bombarderos furtivos B-2, armados con las potentes bombas "bunker buster" GBU-57 —un arsenal exclusivo de EE.UU.—, atacaron tres instalaciones nucleares clave, incluida la inexpugnable planta subterránea de Fordow. Con un tuit triunfalista que proclamaba "¡AHORA ES LA HORA DE LA PAZ!", Trump anunció el éxito de la misión. La intervención directa de EE.UU. era algo que Israel, a pesar de su poderío, no podía ejecutar por sí solo.
La represalia iraní fue inmediata pero simbólica: ataques contra bases estadounidenses en Catar e Irak el 23 de junio, que fueron mayoritariamente interceptados. Horas después, el propio Trump anunció un "alto al fuego total". La guerra relámpago había terminado.
El fin de las hostilidades dio paso a una guerra de narrativas:
El conflicto está cerrado, pero la disputa de fondo sigue abierta. El programa nuclear iraní ha sido severamente dañado, pero su conocimiento técnico y su capacidad para reconstruirlo persisten. Su arsenal de misiles convencionales ha probado ser una herramienta de disuasión más efectiva de lo que se creía. Israel ha reforzado su doctrina de acción preventiva, pero ahora debe lidiar con la certeza de que futuros conflictos traerán la guerra a casa de una manera no vista en décadas.
Los diez días de junio de 2025 no fueron el inicio de la Tercera Guerra Mundial, como muchos temieron, sino la manifestación más cruda de un nuevo paradigma en Medio Oriente: uno donde las guerras en la sombra pueden estallar a plena luz, la tecnología no garantiza una invulnerabilidad absoluta y las decisiones de un solo líder pueden alterar el destino de millones, dejando tras de sí un orden tan frágil como el silencio que hoy reina en la región.