El sábado 8 de noviembre marcó un hito en la relación entre Chile y Bolivia: la presencia del presidente Gabriel Boric en la investidura de Rodrigo Paz Pereira, el nuevo mandatario boliviano que puso fin a casi dos décadas de gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). Esta asistencia, la primera de un presidente chileno a un cambio de mando en Bolivia desde 2006, simboliza un intento de reabrir canales diplomáticos y de cooperación, aunque con claros desafíos por delante.
El contexto es complejo. Bolivia enfrenta una recesión prolongada, con una inflación que supera el 20% y un desabastecimiento crítico de combustibles. En este escenario, Paz ha buscado oxígeno financiero en Washington y ha expresado su voluntad de diversificar las alianzas internacionales, incluyendo un acercamiento a Estados Unidos, China y otros actores globales, rompiendo con la tradicional dependencia de los países del ALBA.
Este giro ha generado tensiones visibles, como el enfrentamiento retórico con el presidente venezolano Nicolás Maduro, quien acusó a Paz de ser "proimperialista" y cuestionó su compromiso con la herencia bolivariana. Por su parte, el MAS y figuras como Evo Morales han criticado duramente el retorno de la cooperación con agencias internacionales de seguridad y la posible reinstalación de la DEA en Bolivia, recordando los años violentos de erradicación forzosa de cultivos de coca.
Sin embargo, estas iniciativas coexisten con incertidumbres. En Chile, el gobierno enfrenta críticas por su manejo económico y presupuestario, lo que podría limitar su capacidad para acompañar un proceso de integración regional más profundo. En Bolivia, la transición política también está marcada por la urgencia de estabilizar una economía dañada y reconstruir la confianza de inversionistas y socios internacionales.
Desde una perspectiva regional, la llegada de Paz y la nueva etapa en las relaciones con Chile se inscriben en un mapa político cambiante, donde gobiernos conservadores y pragmáticos ganan terreno frente a proyectos ideológicos más tradicionales. La asistencia de mandatarios como Javier Milei (Argentina) y Daniel Noboa (Ecuador) a la investidura refuerza esta tendencia.
Al mismo tiempo, el compromiso de Boric con el multilateralismo y el diálogo comercial —como lo demostró en la reciente cumbre APEC en Corea del Sur— sugiere un Chile que busca consolidar su rol como puente entre América Latina y Asia-Pacífico, abriendo oportunidades para la cooperación binacional con Bolivia.
No obstante, la historia y las heridas latentes entre ambos países no desaparecen con un apretón de manos. La cuestión marítima, los recursos hídricos y la percepción ciudadana en ambas naciones siguen siendo focos de tensión que requerirán paciencia y voluntad política para avanzar.
En definitiva, la investidura de Rodrigo Paz con Boric presente es más que un acto protocolar: es el inicio de un desafío diplomático y económico que pone en escena a dos gobiernos que deberán navegar entre expectativas, demandas sociales y la necesidad imperiosa de cooperación pragmática.
Verdades constatadas: La relación Chile-Bolivia ha entrado en una nueva fase donde la colaboración en seguridad y comercio se vuelve prioritaria. Sin embargo, las diferencias ideológicas y las heridas históricas persisten, y la crisis económica en Bolivia exige soluciones concretas que trasciendan los discursos. La asistencia de Boric a la investidura, aunque simbólica, abre un espacio para el diálogo que deberá ser aprovechado con realismo y sin falsas expectativas.
Consecuencias visibles: La apertura diplomática y económica de Bolivia podría reconfigurar el mapa político regional, con impactos en la cooperación transfronteriza y en la dinámica comercial. Chile, por su parte, enfrenta un momento de fragilidad interna que condiciona su capacidad de liderazgo regional. La evolución de esta relación será un termómetro clave para la estabilidad y el desarrollo en el Altiplano y el Cono Sur.
2025-11-05
2025-11-07