
En un escenario que parece sacado de un drama geopolítico de alta tensión, Corea del Norte ha decidido romper meses de aparente calma con una serie de ensayos militares que han vuelto a encender las alarmas en la península coreana y más allá. Desde finales de octubre, Pyongyang ha lanzado misiles hipersónicos y balísticos que, según sus propias agencias estatales, forman parte de un programa para fortalecer su capacidad defensiva y disuasoria contra lo que denomina las amenazas externas, especialmente de Estados Unidos y Corea del Sur.
Este reactivamiento coincide con un momento delicado: la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) que se celebró en Gyeongju, Corea del Sur, entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, y que reunió a líderes mundiales, incluyendo al entonces presidente estadounidense Donald Trump y al mandatario chino Xi Jinping. La tensión se palpó especialmente cuando el secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, visitó la Zona Desmilitarizada (DMZ) entre ambas Coreas, acto seguido de una serie de disparos de artillería norcoreanos.
Desde Seúl, el Estado Mayor Conjunto surcoreano ha mantenido una vigilancia estrecha, calificando los lanzamientos como provocaciones que requieren una respuesta firme. Por su parte, el mando Indo-Pacífico del ejército estadounidense declaró que, aunque no hubo amenaza directa a sus fuerzas, el lanzamiento fue un acto desestabilizador que reafirma la necesidad de estar preparados para defender la región y a sus aliados.
Este discurso no es nuevo, pero ha cobrado renovada fuerza tras las sanciones impuestas por Estados Unidos a individuos y entidades norcoreanas vinculadas a delitos cibernéticos y blanqueo de capitales, que Pyongyang calificó de “insensatas” y parte de una “clara postura de hostilidad” de Washington.
En el centro de esta compleja trama, se encuentra la posibilidad de un nuevo ensayo nuclear. Los servicios de inteligencia surcoreanos han advertido que Pyongyang está listo para realizar un nuevo test nuclear en cualquiera de los túneles subterráneos de Punggye Ri, una instalación clave desde el último ensayo en 2017.
Este escenario pone en evidencia las múltiples capas de tensión en la península: la confrontación militar, el pulso diplomático y la competencia estratégica entre potencias globales. Mientras Corea del Norte reitera su derecho a defender su soberanía y su sistema político, Estados Unidos y Corea del Sur insisten en la necesidad de mantener la presión para evitar la proliferación nuclear y garantizar la estabilidad regional.
Por otro lado, voces desde Corea del Sur, incluyendo al presidente Lee Jae Myung, han abogado por un acercamiento diplomático con Pyongyang, buscando abrir canales de diálogo que permitan desescalar la crisis.
En este complejo tablero, la presencia y acciones de Chile han sido menores pero no inexistentes. La visita del presidente Gabriel Boric a Corea del Sur para la cumbre APEC, y su encuentro con científicos chilenos en Seúl, reflejan un interés por fortalecer vínculos con Asia Oriental en ámbitos económicos y tecnológicos, en medio de un contexto global marcado por la incertidumbre y los riesgos geopolíticos.
Conclusiones:
- La península coreana sigue siendo un punto caliente donde se entrecruzan intereses militares, políticos y estratégicos de múltiples actores.
- Los recientes lanzamientos de misiles y la retórica beligerante de Corea del Norte responden a sanciones y ejercicios militares conjuntos de EE.UU. y Corea del Sur, en un círculo vicioso de acción y reacción.
- La posibilidad de un nuevo ensayo nuclear añade un nivel de riesgo elevado, que podría alterar el equilibrio regional y global.
- La comunidad internacional, aunque dividida, debe buscar vías para la desescalada, entendiendo que la estabilidad en Corea es clave para la paz en Asia-Pacífico.
Este episodio reafirma que en la península coreana, la historia no está escrita y el futuro dependerá tanto de la firmeza como de la capacidad de diálogo de sus protagonistas.