
En un viernes que no será olvidado fácilmente en las regiones de Ñuble y Biobío, más de 50 mil personas participaron en un simulacro masivo de terremoto y tsunami, una puesta en escena que busca ir más allá de la simple rutina y medir en carne propia la capacidad de respuesta ante un desastre de gran magnitud.
Este simulacro no fue un mero trámite. Lo que se vivió fue un verdadero ensayo de vida o muerte, donde la ciudadanía, las empresas y los establecimientos educacionales tuvieron que tomar decisiones rápidas, enfrentar incertidumbres y evacuar en condiciones reales, con calles cortadas y congestión vehicular que evidenció la complejidad logística de una emergencia auténtica.
Pero esta demostración de fuerza colectiva no estuvo exenta de críticas y debates. Desde la perspectiva política, algunos actores valoraron el esfuerzo multisectorial y la consolidación de una cultura preventiva, mientras que otros señalaron que aún persisten brechas en infraestructura y comunicación que podrían costar vidas en un evento real.
A nivel social, la participación masiva fue celebrada como un avance, pero también puso en evidencia desigualdades: la capacidad de respuesta varía entre barrios y sectores, y la inclusión de comunidades rurales y grupos vulnerables sigue siendo un desafío pendiente.
Desde el punto de vista técnico, expertos en gestión de riesgos reconocen el avance que representa movilizar tal cantidad de personas en un solo ejercicio, pero advierten que la verdadera prueba será mantener y mejorar estos niveles de preparación en el tiempo, incorporando aprendizajes y adaptándose a las condiciones cambiantes del territorio.
Sin embargo, la tensión entre la realidad y la ficción del simulacro también genera reflexiones incómodas. ¿Estamos realmente preparados para enfrentar un terremoto y tsunami de esta magnitud? ¿Cuánto de lo aprendido se traduce en acciones concretas y sostenibles? ¿Qué papel juegan las autoridades, el sector privado y la sociedad civil en la construcción de una resiliencia efectiva?
En definitiva, este simulacro masivo en Ñuble y Biobío es más que un ensayo técnico: es un espejo que refleja nuestras fortalezas y vulnerabilidades, un llamado a la acción para que la preparación no sea solo un evento puntual, sino un compromiso permanente que salve vidas cuando la tierra vuelva a temblar.
Las verdades que emergen son claras: la participación ciudadana es clave, la coordinación interinstitucional debe mejorar y la inversión en infraestructura resiliente no puede postergarse. El próximo gran sismo no avisará, y la historia nos recuerda que solo quienes están mejor preparados podrán enfrentar la tragedia con menor costo humano y social.
2025-09-15