
El pasado 10 de noviembre, la Región de Antofagasta fue sacudida por un sismo de mediana intensidad que, pese a no dejar daños materiales significativos, reactivó viejos temores y puso en evidencia la persistente tensión entre la realidad geológica y la preparación ciudadana y estatal.
Este episodio, aunque no excepcional en términos de la sismicidad habitual del norte chileno, ha generado un debate que trasciende la mera descripción del evento. La región, que históricamente ha sido epicentro de sismos de mayor magnitud, enfrenta una paradoja: la normalización de estos movimientos ha llevado a una percepción de rutina que podría subestimar el riesgo real.
Desde el ámbito gubernamental, las autoridades han reiterado la importancia de mantener los protocolos de emergencia actualizados y la educación ciudadana constante. El intendente regional destacó que "el sismo fue una oportunidad para evaluar la capacidad de respuesta de los servicios de emergencia y la resiliencia comunitaria".
Sin embargo, en sectores sociales y académicos se observa una mirada crítica hacia la gestión pública. Expertos en geología y gestión de riesgos señalan que, si bien las campañas informativas son frecuentes, la infraestructura y el financiamiento para medidas preventivas aún son insuficientes.
Por su parte, organizaciones vecinales han expresado preocupación por la falta de simulacros efectivos y la precariedad en viviendas y edificios antiguos, que podrían no resistir un sismo más fuerte.
El temblor afectó principalmente a Antofagasta y Mejillones, ciudades con un desarrollo urbano y económico significativo debido a la minería y el comercio. A pesar de que no se reportaron daños graves, la actividad sísmica ha influido en la percepción de seguridad de la ciudadanía y en las políticas locales.
Este sismo de mediana intensidad no es un evento aislado, sino parte de un patrón sísmico que Chile conoce bien. La distancia temporal permite ver con claridad que la tragedia no está en el temblor en sí, sino en la respuesta social y estatal que se articula alrededor de él.
La verdad irrefutable es que Chile, y en particular el norte, seguirá enfrentando estos movimientos. La cuestión crucial es cómo se aprende de cada uno, cómo se fortalece la preparación y cómo se integra a la ciudadanía en un proceso continuo que no dependa exclusivamente de la emergencia inmediata.
En este sentido, la evidencia muestra que, aunque la infraestructura y los protocolos han mejorado en las últimas décadas, la brecha entre la percepción pública, la realidad técnica y la gestión política persiste. La preparación sísmica debe ser un compromiso transversal, que involucre a todos los actores y que se traduzca en acciones concretas, no solo en discursos o simulacros esporádicos.
El temblor del 10 de noviembre es, por tanto, una llamada de atención para que la calma aparente no oculte la tensión latente bajo la superficie. La historia sísmica de Chile no da tregua, y la tragedia solo se evita con una responsabilidad compartida y sostenida en el tiempo.
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Fuentes consultadas: Centro Sismológico Nacional, Senapred, declaraciones oficiales del Intendente de Antofagasta, entrevistas a expertos de la Universidad de Antofagasta, reportes de medios regionales y nacionales.
2025-10-24
2025-10-03