
El pasado 7 de noviembre de 2025, a los 97 años, falleció James Dewey Watson, una de las figuras más emblemáticas y a la vez controvertidas de la biología molecular. Su nombre está asociado para siempre al descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN, un hallazgo que cambió para siempre la medicina, la genética y la biología. Sin embargo, su legado científico se encuentra empañado por declaraciones públicas que vincularon sin base científica la inteligencia con la raza, desatando una tormenta ética y social que marcó el ocaso de su carrera y abrió un debate vigente sobre la responsabilidad moral en la ciencia.
Desde entonces, Watson fue una figura central en la biología molecular y el primer líder del Proyecto Genoma Humano, que culminó en 2003 con la secuenciación completa del ADN humano. Durante décadas, dirigió el Laboratorio Cold Spring Harbor en Nueva York, transformándolo en un centro de investigación de referencia mundial.
Pero la grandeza científica de Watson se vio opacada por sus polémicos comentarios sobre raza e inteligencia. En 2007, en una entrevista con el diario británico The Sunday Times, afirmó que "las políticas sociales se basan en la idea de que la inteligencia de los negros es igual a la de los blancos, cuando las pruebas indican que no es así". Estas declaraciones provocaron una condena global y la suspensión de sus títulos honoríficos por parte de la institución que dirigía.
En 2019, en el documental "Decoding Watson", volvió a reiterar sus posturas racistas, afirmando que las diferencias en los resultados de pruebas de inteligencia entre blancos y negros tienen un origen genético, sin aportar evidencia científica válida. La comunidad científica y organizaciones genéticas estadounidenses respondieron con un comunicado contundente, rechazando tajantemente tales afirmaciones y recordando que la genética demuestra que la humanidad no puede dividirse en subcategorías biológicas distintas.
El contraste entre su legado científico y sus posturas personales plantea una disonancia cognitiva que invita a reflexionar sobre la responsabilidad ética en la ciencia y la importancia de separar la contribución científica del juicio moral sobre sus actores. Por un lado, su trabajo sentó las bases para avances revolucionarios en medicina, biotecnología y genética; por otro, sus opiniones contribuyeron a la perpetuación de prejuicios raciales sin fundamento.
Además, la historia de Watson también resalta la complejidad de la construcción del conocimiento científico, donde el crédito y el reconocimiento pueden estar atravesados por dinámicas de género, política y poder, como evidencian las décadas de invisibilización de Franklin.
El caso Watson es un recordatorio de que los científicos son humanos, con virtudes y defectos, y que la ciencia no está exenta de tensiones sociales y éticas. Su figura convoca a la comunidad a mantener un compromiso firme con la rigurosidad científica y la ética, evitando que prejuicios personales contaminen la búsqueda del conocimiento.
Finalmente, su muerte también marca el cierre de un capítulo histórico en la biología molecular, dejando un legado ambivalente que seguirá siendo objeto de análisis y debate. La lección que el tiempo impone es clara: el avance científico debe ir acompañado de una reflexión profunda sobre sus implicancias sociales y morales.
Fuentes consultadas incluyen BBC News Mundo, The New York Times, El País y Cooperativa.cl, que han documentado exhaustivamente la vida, obra y controversias de James Watson, permitiendo una visión integral y crítica de su impacto.
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