
Un grupo de siete sujetos armados irrumpe a las 4:30 AM en una vivienda de Colina, maniata a sus moradores y se lleva vehículos y bienes de valor. Así se vivió uno de los múltiples turbazos que han encendido las alarmas en la Región Metropolitana durante 2025. Este delito, definido como la irrupción violenta y coordinada de tres o más individuos en un inmueble para sustraer rápidamente bienes, ha experimentado un aumento explosivo del 53,6% entre el segundo y tercer trimestre del año.
Las estadísticas oficiales registran 113 robos con violencia cometidos por bandas en este periodo, de los cuales 75 corresponden a turbazos. La mayoría ocurre en viviendas, especialmente en casas esquina ubicadas cerca de vías principales, carreteras o accesos vehiculares, en comunas como Lampa, Colina, Peñalolén y Padre Hurtado.
Las bandas y su modus operandi
El perfil de los responsables es claro: hombres chilenos, en promedio menores de 22 años, organizados en grupos de seis personas, con un 76% que porta armas de fuego y una violencia que deja lesiones en el 32% de las víctimas. Los ataques se concentran entre las 21:00 y las 6:00 horas, principalmente de lunes a jueves. La selección de objetivos no responde a planes complejos, sino a criterios inmediatos: vehículos modernos estacionados, ausencia de cámaras y rutas de escape fáciles.
El ministro de Seguridad, Luis Cordero, explica que tras el control policial sobre los portonazos, las bandas han migrado a esta modalidad de robo más rápida y violenta.
Los objetos sustraídos son principalmente aparatos tecnológicos y vehículos motorizados, con un 95% de robos que incluyen especies de fácil reducción y un 52% que logra llevarse automóviles.
Perspectivas encontradas y voces ciudadanas
Vecinos afectados denuncian un sentimiento creciente de inseguridad y vulnerabilidad, especialmente en zonas de clase media donde se creía haber controlado la delincuencia. Mientras tanto, expertos en seguridad pública advierten que el fenómeno refleja problemas sociales profundos, como la captación de jóvenes en situación de vulnerabilidad a través de redes sociales y aplicaciones de mensajería.
Un especialista en criminología señala: “La violencia y la falta de planificación indican un actuar impulsivo, producto de la precariedad y la ausencia de oportunidades, más que de una estructura criminal consolidada”.
Por otro lado, autoridades y representantes políticos reconocen la complejidad del problema y la necesidad de un abordaje multidimensional, que incluya prevención, persecución y rehabilitación.
Plan de acción y desafíos para el futuro
El Estado ha diseñado una estrategia con cuatro ejes: prevención, control, persecución penal y legislación. Entre las medidas destacan el fortalecimiento de la coordinación entre municipios, policías, gobiernos regionales y el Ministerio Público; la instalación de cámaras y mejora de luminarias; patrullajes focalizados; y la creación de puntos de reacción rápida con autos cebo.
También se trabaja en identificar y frenar el reclutamiento de menores, un factor clave dado que ocho de los 11 condenados por turbazos en 2024 estaban inscritos en el Programa Lazos.
En materia legislativa, se evalúan ajustes normativos para endurecer las penas y facilitar la persecución de estos delitos.
Conclusiones y consecuencias visibles
Este aumento de turbazos no solo expone la fragilidad de la seguridad en zonas urbanas de clase media, sino que también evidencia la transformación de las modalidades delictivas ante las respuestas policiales. La violencia y la juventud de los implicados reflejan desafíos sociales que van más allá de la mera aplicación de la ley.
La eficacia del plan dependerá de la capacidad del Estado para articular recursos y políticas que combinen seguridad con inclusión social, evitando que las bandas sigan captando jóvenes vulnerables.
En definitiva, este fenómeno es una tragedia para las víctimas, que sufren no solo pérdidas materiales sino también traumas y miedo, y un llamado urgente a repensar las estrategias de seguridad y convivencia urbana en la Región Metropolitana.