
Desde el 10 de octubre de 2025, cuando entró en vigor el alto el fuego entre Israel y Hamás, la región ha vivido una tregua marcada por la recuperación paulatina de rehenes y cuerpos, pero también por la persistente incertidumbre y episodios de violencia que amenazan con fracturar el acuerdo.
El regreso de los rehenes vivos, veinte en total, liberados en un intercambio masivo que involucró la entrega de cerca de 2.000 presos palestinos, fue el primer paso de un proceso doloroso y complejo. Los últimos tres exrehenes dados de alta en Israel el 26 de octubre simbolizan un cierre parcial de este capítulo, pero las heridas siguen abiertas.
En paralelo, la devolución de cuerpos ha sido un proceso fragmentado y conflictivo. Desde el 18 de octubre, Israel ha recibido con mediación de la Cruz Roja múltiples cadáveres de rehenes entregados por Hamás, entre ellos el cuerpo del exteniente Hadar Goldin, retenido en Gaza desde 2014 y devuelto tras 11 años. La identificación forense ha confirmado también otros restos, como los de Ronen Engel y Sonthaya Oakkharasri, víctimas del ataque inicial de octubre de 2023.
Este retorno ha sido recibido con una mezcla de alivio y crítica. Los padres de Goldin, por ejemplo, agradecieron expresamente a las Fuerzas de Defensa Israelíes, 'El Ejército lo trajo de vuelta; nadie más', dejando de lado a los actores políticos o mediadores externos. Este gesto subraya la compleja relación entre las familias, el Estado y las fuerzas armadas en medio de la tragedia.
Sin embargo, la entrega de cuerpos no ha estado exenta de tensiones. Hamás ha denunciado la falta de maquinaria y equipos especializados para recuperar los cuerpos restantes, que estarían enterrados bajo escombros en Gaza, y ha pedido garantías para la continuidad del alto el fuego, advirtiendo que Israel sigue atacando a civiles. Por su parte, Israel acusa a Hamás de retrasar deliberadamente las entregas, dificultando la transición a la segunda fase del acuerdo, que contempla la desmilitarización y reconstrucción de Gaza.
Esta segunda fase, supervisada por Estados Unidos y con la presencia militar estadounidense en la región, sigue siendo un terreno de disputa. Mientras Israel controla más de la mitad de Gaza y mantiene restricciones severas a la entrada de ayuda humanitaria, la Corte Internacional de Justicia ha condenado el uso del hambre como arma y ha ordenado a Israel garantizar las necesidades básicas de la población civil.
La violencia en Cisjordania y las tensiones recurrentes en Rafah, donde se encuentran atrapados combatientes de Hamás, complican aún más la estabilidad. Israel ha cerrado el paso fronterizo de Rafah y ha respondido con ataques a incursiones de militantes, mientras Hamás niega vínculos con grupos en esas zonas.
En definitiva, este mes desde el alto el fuego ha sido un escenario de catarsis trágica: el retorno de cuerpos y rehenes que humaniza el conflicto, pero también la persistencia de heridas abiertas y desconfianzas que amenazan con reavivar la violencia.
La verdad que emerge es que el fin del ciclo bélico no ha significado la paz definitiva. La tregua es frágil, condicionada por el cumplimiento de acuerdos, la presión internacional y la voluntad de las partes para avanzar hacia una solución sostenible. El retorno de los cuerpos es un símbolo poderoso, pero también un recordatorio del costo humano y político que aún pesa sobre Gaza e Israel.
El lector queda ante un coliseo donde actores con intereses contrapuestos se enfrentan en un juego de poder y dolor, mientras la sociedad civil, atrapada entre ambos, espera que la historia no se repita y que esta tregua pueda ser el inicio de un camino hacia la reconciliación y la justicia.