A más de dos meses de que la administración de Donald Trump lanzara su más reciente y agresiva ofensiva arancelaria, el panorama global ha superado el estupor inicial para instalarse en una era de incertidumbre calculada. Lo que comenzó como una serie de anuncios en abril de 2025, hoy es un entramado de medidas concretas, respuestas diplomáticas, batallas legales y reajustes económicos que se sienten desde los puertos de Shanghái hasta los mercados de materias primas que sustentan la economía chilena. Lejos de ser un evento pasajero, la renovada política proteccionista de Estados Unidos se consolida como un factor estructural que obliga a gobiernos y empresas a repensar sus estrategias en un tablero global radicalmente alterado.
La escalada fue metódica y multifacética. A mediados de abril, la Casa Blanca no solo confirmó aranceles generalizados, sino que apuntó directamente al corazón logístico de su principal competidor: un plan para gravar a los buques de construcción y propiedad china que atraquen en puertos estadounidenses, amparado en la llamada "petición 301" por motivos de seguridad nacional. El objetivo declarado era revitalizar la industria naviera local, pero el efecto inmediato fue una amenaza directa a las cadenas de suministro globales.
La respuesta de Beijing no se hizo esperar. El presidente Xi Jinping adoptó un tono de firmeza y autosuficiencia, declarando que China "no está mendigando y definitivamente no pestañea", y que su desarrollo se basa en el "trabajo duro, nunca en las dádivas de otros". Esta postura marcó el inicio de un tenso ajedrez diplomático que culminaría, según Trump, en un supuesto acuerdo bilateral a finales de junio, aunque los detalles del pacto —un presunto arancel del 55% de EE.UU. a productos chinos frente a un 10% de China a bienes estadounidenses— permanecen opacos y sin confirmación oficial de Pekín.
Paralelamente, la ofensiva se amplió. A fines de mayo, Trump anunció el aumento de los aranceles al acero y al aluminio del 25% al 50%, una medida celebrada en el corazón industrial de Pensilvania pero que generó alarma entre los consumidores y economías aliadas. La onda expansiva alcanzó a socios comerciales tradicionales, como la Unión Europea, donde industrias emblemáticas como la del jamón ibérico y el aceite de oliva español comenzaron a explorar mercados alternativos ante la amenaza de aranceles que podrían llegar al 50%, transformando la incertidumbre en un motor de diversificación forzada.
La guerra comercial de Trump no es un conflicto monolítico, sino un poliedro de tensiones con visiones irreconciliables:
- La Visión de la Casa Blanca: Desde la perspectiva de Trump, estas medidas son una herramienta necesaria para corregir desequilibrios históricos, proteger la seguridad nacional y forzar a las empresas a relocalizar su producción en suelo estadounidense. El argumento es simple: los aranceles son el costo que otros deben pagar para acceder al mercado estadounidense, incentivando así la producción local. "Tenemos cientos de plantas en construcción que nunca habrían estado aquí", afirmó el mandatario.
- La Resistencia Interna: De manera sorprendente, uno de los frentes más duros se abrió dentro de Estados Unidos. Una coalición de doce estados, incluyendo Arizona, Oregón y Nueva York, demandó a la administración federal, calificando los aranceles como "ilegales" y económicamente imprudentes. Argumentan que el presidente se ha atribuido facultades del Congreso y que el costo de estas tarifas recae abrumadoramente en los consumidores y empresas estadounidenses, citando estudios de la Reserva Federal y el FMI que proyectan un aumento de la inflación.
- La Reacción Global: Mientras China responde con una mezcla de desafío y pragmatismo, otros actores buscan adaptarse. Productores europeos, como los españoles, enfrentan el dilema de absorber costos o perder competitividad. Para ellos, la política de Trump es una amenaza directa a industrias que son parte de su identidad cultural y económica. La incertidumbre los ha empujado a buscar refugio en mercados como el asiático o a fortalecer lazos dentro de la propia UE.
- El Impacto en Chile: Para una economía abierta y dependiente de las materias primas como la chilena, las repercusiones son directas. El anuncio a principios de julio de un posible arancel del 50% al cobre generó una distorsión histórica en el precio del metal en el mercado Comex. Aunque esto podría parecer positivo, los analistas advierten que no responde a una mayor demanda, sino a una disrupción que genera una volatilidad extrema y es, a largo plazo, desfavorable para la estabilidad de nuestro principal producto de exportación. La fluctuación del dólar en nuestro país es un termómetro inmediato de esta tensión global.
Tres meses después del inicio de la ofensiva, el conflicto está lejos de resolverse. El supuesto pacto con China es más una declaración unilateral que un acuerdo transparente. Las demandas internas en Estados Unidos siguen su curso legal, cuestionando los cimientos del poder ejecutivo en materia comercial. Y el plazo del 9 de julio para que otros países negocien acuerdos bilaterales y eviten los aranceles pende como una espada de Damocles, manteniendo la presión sobre aliados y competidores por igual.
El mundo asiste no solo a una guerra de aranceles, sino a un choque de paradigmas entre el multilateralismo que rigió las últimas décadas y un nuevo nacionalismo económico de consecuencias impredecibles. Para los ciudadanos, empresas y gobiernos, la tarea ya no es esperar un retorno a la normalidad, sino aprender a navegar en un mar de incertidumbre estratégica donde las reglas del juego se reescriben en tiempo real.