
En un movimiento que ha reconfigurado las expectativas sobre la cooperación internacional en la lucha contra el narcotráfico, Estados Unidos desplegó en agosto de 2025 a 4.000 agentes, principalmente infantes de Marina, en aguas territoriales de América Latina y el Caribe. Esta operación, que incluye el uso de submarinos nucleares, aviones de reconocimiento y destructores, se presenta oficialmente como una “muestra de fuerza” con fines disuasorios, aunque su alcance y consecuencias han abierto un debate que trasciende las fronteras de la región.
Según fuentes oficiales y reportajes de CNN y Cooperativa.cl, la misión involucra una significativa presencia militar estadounidense, con medios avanzados como el submarino nuclear y aviones P8 Poseidon, diseñados para vigilancia marítima. "Donde estamos desplegados, nuestra presencia ofrece un abanico de opciones para actuar si es necesario", afirmó un oficial estadounidense, dejando entrever que la operación no se limita a la mera observación.
Sin embargo, la elección de infantes de Marina para esta tarea ha sido cuestionada. Expertos en seguridad y defensa han señalado que estos cuerpos carecen de entrenamiento específico en lucha antidrogas, lo que podría limitar su efectividad y aumentar riesgos operativos. La falta de claridad sobre la participación de la Guardia Costera, tradicionalmente más preparada para estas labores, añade incertidumbre a la estructura de mando y coordinación.
Desde el gobierno estadounidense, el despliegue se inscribe en una estrategia más amplia que busca “sellar fronteras, repeler la inmigración masiva, el tráfico de drogas y otras actividades criminales”, según una carta pública del Secretario de Defensa Pete Hegseth. Esta visión ha sido interpretada como un cambio de paradigma respecto a administraciones anteriores, donde la lucha antidrogas recaía principalmente en agencias civiles como la DEA.
En América Latina, las reacciones son diversas. Algunos gobiernos ven el despliegue como un apoyo necesario para combatir carteles que operan con creciente sofisticación, mientras que otros lo perciben como una intromisión que podría agravar tensiones y afectar la soberanía regional. Organizaciones sociales advierten sobre el riesgo de militarización y el impacto en comunidades vulnerables, recordando episodios pasados donde la presencia militar extranjera tuvo consecuencias negativas.
La región ha vivido ciclos de cooperación y confrontación en materia antidrogas, con resultados mixtos. El aumento de la violencia ligada al narcotráfico en países como Colombia, México y Centroamérica ha impulsado respuestas que combinan asistencia técnica, inteligencia y cooperación militar. No obstante, la militarización ha sido a menudo criticada por no atacar las causas estructurales y por generar daños colaterales.
Este despliegue masivo estadounidense, a diferencia de operaciones anteriores más discretas, podría marcar un punto de inflexión. La presencia visible de fuerzas militares y tecnología avanzada en aguas latinoamericanas plantea preguntas sobre la sostenibilidad de esta estrategia y su impacto en la percepción pública.
En Chile, académicos en seguridad internacional advierten que la medida podría aumentar la tensión geopolítica y afectar la estabilidad regional. "La militarización no es una solución definitiva; se requiere un enfoque integral que incluya desarrollo social y reformas judiciales", señala la politóloga María Fernanda Soto.
Por otro lado, representantes de sectores afectados por el narcotráfico valoran la iniciativa como un paso necesario para frenar el avance de organizaciones criminales que operan con impunidad.
Este despliegue evidencia un cambio en la política estadounidense hacia Latinoamérica, donde la línea entre seguridad nacional y cooperación internacional se difumina. La estrategia militarizada busca impactar rápidamente en el control de rutas y operaciones de carteles, pero enfrenta limitaciones operativas y riesgos políticos.
Las consecuencias a mediano plazo dependerán de la capacidad de coordinación regional, el respeto a la soberanía y la integración de medidas sociales que complementen la acción militar. La historia reciente muestra que sin estos elementos, la militarización puede profundizar conflictos y generar ciclos de violencia difíciles de controlar.
En definitiva, América Latina se encuentra frente a un desafío que combina la fuerza y la diplomacia, con actores en pugna cuya resolución definirá el rumbo de la seguridad en la región en los próximos años.