
En el último trimestre, Puerto Montt ha vivido una suerte de drama en tres actos que revelan las tensiones sociales, ambientales y culturales de la ciudad. El 4 de octubre, intensas lluvias provocaron un deslizamiento de tierra en la población Padre Hurtado, dañando cuatro viviendas y obligando a la evacuación preventiva de 11 personas. El fenómeno no solo puso en evidencia la fragilidad de ciertos sectores urbanos ante eventos naturales, sino que también desnudó las limitaciones en la gestión del riesgo local. Claudio Díaz, encargado municipal, explicó que "las precipitaciones saturaron el terreno, generando la remoción en masa que afectó a familias que ahora enfrentan la incertidumbre de su futuro habitacional".
Este episodio se inscribe en un contexto más amplio de desafíos climáticos que afectan a la Región de Los Lagos, donde la combinación de lluvias extremas y urbanización acelerada ha tensionado la convivencia con el territorio.
Pero la tragedia natural no fue el único desafío que enfrentó la comunidad. En paralelo, y con menos visibilidad pero igual impacto social, se destapó una estafa que explotó la necesidad ciudadana de renovar licencias de conducir. Desde septiembre, se reportaron al menos siete casos donde grupos organizados ofrecían trámites exprés a cambio de pagos adelantados que llegaban hasta los 250 mil pesos. Pablo Tropa, coordinador de la Dirección de Tránsito municipal, advirtió que "los estafadores se hacían pasar por funcionarios y usaban imágenes falsas para engañar a las víctimas". La sobrecarga en las oficinas producto de la extensión de plazos durante la pandemia creó un caldo de cultivo para esta modalidad delictual, que golpeó especialmente a quienes no cuentan con redes de apoyo o acceso digital para realizar los trámites oficiales.
La alerta municipal no solo llamó a la prudencia, sino que también puso sobre la mesa la necesidad de modernizar y transparentar los procesos públicos para evitar que la desesperación ciudadana se convierta en oportunidad para el fraude.
En medio de estos desafíos, una luz inesperada surgió desde el ámbito cultural. El 10 de noviembre, la fachada del Teatro Diego Rivera fue renovada gracias al proyecto Chile Pinta, que movilizó a voluntarios y artistas locales para revitalizar este emblemático espacio que cumple 61 años. Mario Barrientos, director ejecutivo interino de la Corporación Cultural de Puerto Montt, destacó que "esta intervención fortalece el vínculo de la comunidad con su centro cultural, entregando un regalo simbólico en tiempos complejos". Más allá de la estética, esta renovación representa un acto de resistencia y esperanza, una apuesta por la cultura como motor de cohesión social y recuperación urbana.
Estos tres episodios, aparentemente dispares, forman un relato entrelazado sobre Puerto Montt: la vulnerabilidad ante la naturaleza, la fragilidad frente a redes delictuales que se aprovechan de la ciudadanía, y la capacidad de reinventarse desde el arte y la comunidad. Las voces políticas y sociales se han dividido entre quienes exigen mayor inversión en infraestructura y prevención, y quienes llaman a reforzar la gobernanza pública y la transparencia administrativa.
En definitiva, Puerto Montt enfrenta una encrucijada donde la gestión del riesgo, la seguridad ciudadana y la revitalización cultural deben converger para construir un futuro más resiliente. La ciudad, con sus heridas aún abiertas, ofrece una lección clara: ninguna transformación es posible sin abordar simultáneamente sus múltiples dimensiones, desde la tierra que tiembla hasta el alma que se pinta de colores nuevos.