
El ascenso de Zohran Mamdani a la alcaldía de Nueva York ha sido un espectáculo político digno de un gran drama romano: un joven insurgente, hijo de inmigrantes, que ha desafiado a la élite política y económica de una de las ciudades más emblemáticas del planeta. El 4 de noviembre de 2025, Mamdani, un socialista demócrata de 34 años, se convirtió en el alcalde más joven de Nueva York desde 1892, imponiéndose sobre figuras con décadas de experiencia y respaldo financiero, como el exgobernador Andrew Cuomo y el republicano Curtis Sliwa.
Desde el inicio, Mamdani apostó por una campaña que se alejaba del discurso tradicional. Caminó los barrios, organizó asambleas vecinales y usó las redes sociales para conectar con una ciudadanía cansada de las promesas incumplidas. Su programa incluía congelar los arriendos, transporte gratuito, supermercados públicos y más vivienda social — propuestas que, desde una óptica fiscal clásica, resultan inviables, pero que resonaron profundamente en una población agobiada por la inflación y la crisis habitacional.
Mientras Cuomo apelaba a su experiencia y a una gestión tradicional, Mamdani ofrecía un relato emocional que conectaba con la desigualdad y el resentimiento acumulados en los sectores populares. “Cuando la vida cotidiana se vuelve insoportable, los discursos de estabilidad pierden valor”, señaló un analista de The New York Times.
La contienda no estuvo exenta de tensiones y polémicas. El alcalde saliente, Eric Adams, inicialmente candidato, terminó apoyando a Cuomo, en un movimiento que muchos interpretaron como un intento desesperado por detener el avance de Mamdani. Adams, envuelto en escándalos y con baja popularidad, se mostró errático, incluso criticando a Cuomo antes de sumarse a su campaña.
Por su parte, Curtis Sliwa, el candidato republicano, se mantuvo firme en su rechazo a ambos rivales, criticando con dureza a Adams y Cuomo, y defendiendo la democracia frente a lo que llamó la influencia de “los multimillonarios” en la política.
La elección de Mamdani no solo sacudió la política local, sino que también generó controversia internacional. El ministro para la Diáspora de Israel, Amichai Chikli, calificó a Mamdani de “seguidor de Hamas” y advirtió que la comunidad judía en Nueva York podría verse obligada a emigrar. Estas declaraciones provocaron un fuerte rechazo en la ciudad, donde Mamdani aseguró que combatirá el antisemitismo y promoverá el sentido de pertenencia tanto de judíos como de musulmanes en la metrópoli.
Esta tensión refleja la complejidad de gobernar una ciudad con más de un millón de musulmanes y una de las mayores comunidades judías fuera de Israel, donde las identidades y las políticas globales se entrecruzan y a menudo chocan.
Más allá del espectáculo político, la realidad que enfrenta Mamdani es dura. Nueva York sufre una crisis de vivienda sin precedentes, con arriendos que superan los 3.000 dólares mensuales en Manhattan y más de 86.000 personas viviendo en albergues municipales. La inseguridad, aunque con leves mejoras recientes, sigue siendo una preocupación central, especialmente en el transporte público.
Económicamente, la ciudad ha mostrado resiliencia tras la pandemia, pero la incertidumbre política y la posible reducción de turistas amenazan la recuperación. La relación con el gobierno federal, especialmente bajo una administración que ha mostrado reservas hacia Mamdani, será clave para el éxito o fracaso de su mandato.
El triunfo de Mamdani simboliza un cambio profundo en la política urbana contemporánea: la emoción y la identidad se imponen sobre la razón tecnocrática y las estructuras tradicionales. Su victoria es tanto un reflejo del malestar social como una advertencia para las élites políticas y económicas que han ignorado las demandas de la ciudadanía.
Sin embargo, la polémica internacional y las tensiones internas evidencian que gobernar Nueva York bajo este nuevo paradigma no será sencillo. El desafío de Mamdani será equilibrar su programa social con la gestión pragmática, tender puentes en una ciudad fragmentada y responder a las múltiples demandas de una población diversa y exigente.
En definitiva, este episodio confirma que la política ya no se gana solo con programas o discursos técnicos, sino con la capacidad de conectar con las emociones y los símbolos de una sociedad en transformación. El futuro de Nueva York, y quizás de otras grandes urbes, dependerá de cómo se resuelva esta tensión entre cambio y estabilidad.
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Fuentes: The New York Times, El País, La Tercera, declaraciones oficiales de Zohran Mamdani y Amichai Chikli.