
En un escenario donde la historia y la política se entrelazan con las tensiones y esperanzas de la región, el presidente Gabriel Boric asistió el 8 de noviembre de 2025 a la investidura de Rodrigo Paz, nuevo mandatario boliviano. Este acto, que no ocurría desde hace 19 años, marca un hito en las relaciones entre Chile y Bolivia, países con décadas de desencuentros diplomáticos.
La última vez que un jefe de Estado chileno participó en una ceremonia similar fue en 2006, cuando Ricardo Lagos acudió a la posesión de Evo Morales. Desde entonces, las relaciones bilaterales han estado marcadas por la ausencia de diálogo directo y por disputas judiciales en la Corte Internacional de Justicia (CIJ), como los casos del mar y del río Silala.
Este gesto de Boric, considerado por expertos como "notable" y una señal clara de voluntad para buscar una relación más fluida, se produce en un contexto complicado. La historia de reclamos bolivianos por un acceso soberano al océano Pacífico —perdido tras la Guerra del Pacífico— ha sido un tema que ha tensado la diplomacia durante décadas y que ha definido la narrativa política en ambos países.
Las administraciones de Boric y Arce, el presidente saliente boliviano, lograron avances a nivel ministerial en materias prácticas: seguridad fronteriza, control del contrabando y migración. Sin embargo, la propuesta de Paz de legalizar los llamados "autos chutos" —vehículos sin documentación legal, muchos provenientes de Chile— generó rechazo en sectores políticos chilenos, evidenciando que las diferencias persisten.
En el coliseo de este encuentro diplomático, se enfrentan dos visiones políticas y sociales: Boric, un progresista de izquierda, y Paz, un liberal de centro-derecha. Esta disparidad ideológica no ha impedido que ambos gobiernos trabajen en temas puntuales, pero sí añade una capa de complejidad a las negociaciones.
Desde el espectro político chileno, las reacciones fueron diversas. Algunos sectores valoraron la asistencia presidencial como un paso hacia la normalización y la cooperación, mientras que otros la criticaron por considerar que no se han resuelto las demandas históricas bolivianas ni los temas de seguridad.
En Bolivia, la llegada de Boric fue interpretada como un reconocimiento diplomático que podría abrir nuevas puertas para la relación bilateral, aunque con cautela, dada la historia de rupturas y desencuentros.
Finalmente, la verdad que emerge de este episodio es que la política entre Chile y Bolivia continúa siendo un terreno de tensiones históricas y desafíos contemporáneos. El gesto de Boric, más allá de su simbolismo, abre una ventana para que ambas naciones exploren caminos pragmáticos que permitan avanzar en acuerdos concretos, sin ignorar las heridas del pasado.
La consecuencia visible es que, aunque los discursos y las posturas ideológicas sigan en disputa, la necesidad de diálogo y cooperación práctica se vuelve ineludible para la estabilidad y el desarrollo regional. El desafío para ambos países será mantener este canal abierto y traducirlo en políticas que beneficien a sus ciudadanos, sin dejar de lado las complejidades históricas que los separan.
2025-11-07