
Un rechazo sin precedentes sacudió la escena política chilena a inicios de noviembre de 2025, cuando la oposición en la Comisión Mixta del Congreso rechazó casi en bloque las partidas del Presupuesto 2026. El 90% de las partidas fueron rechazadas, un gesto que no sólo sorprendió por su magnitud, sino que dejó al descubierto un escenario de polarización extrema y un país al borde de la incertidumbre fiscal.
El conflicto comenzó a tomar forma cuando la oposición, articulada y en bloque, decidió rechazar la propuesta presupuestaria presentada por el gobierno, liderado por el ministro de Hacienda Nicolás Grau. Este rechazo masivo fue interpretado por el oficialismo como una estrategia política más que una crítica técnica al presupuesto. “Esta estrategia de rechazarlo todo es muy irreflexiva y no permite distinguir en qué cosas estamos de acuerdo y en qué cosas tenemos desacuerdo”, declaró Grau, evidenciando la falta de diálogo y claridad en las demandas opositoras.
Por su parte, la oposición mostró una disonancia interna que se traduce en una paradoja: mientras públicamente presiona por una reducción del gasto público, simultáneamente demanda aumentos en partidas específicas, como la reposición de la cláusula republicana. Esta contradicción fue señalada por Grau como un enigma político: “Todavía yo no tengo claro si quieren un gasto más chico o uno más grande”.
El rechazo al presupuesto no sólo fue un acto legislativo, sino un espectáculo donde se enfrentaron discursos y visiones del país. La ministra vocera Camila Vallejo calificó la situación como una “incertidumbre tremenda” para la ciudadanía, apuntando a la gravedad de no contar con un marco claro para el gasto público en áreas claves como salud, educación y seguridad.
En contraste, Marco Enríquez-Ominami, candidato presidencial independiente, interpretó el rechazo como un anticipo del bloqueo político que podría imperar tras las elecciones del 16 de noviembre. “Si gana cualquiera de las dos coaliciones principales, lo que está pasando con la Ley del Presupuesto va a ocurrir el año próximo”, advirtió, denunciando un futuro de parálisis legislativa.
Desde la oposición, Constanza Martínez, presidenta del Frente Amplio, calificó el rechazo como “incomprensible” y una muestra de “pequeñez”, lamentando la liviandad con que se abordó un tema de tanta complejidad y responsabilidad social. Martínez defendió la transparencia y seriedad del gobierno en sus proyecciones fiscales, respaldadas por agencias internacionales, y alertó sobre el riesgo de un retroceso en el gasto social.
El impacto de este impasse no se limita a las esferas políticas o técnicas: en regiones, especialmente en sectores vulnerables, la reducción presupuestaria implica menos recursos para educación, salud y programas sociales. La eliminación de programas como la tutoría para el cuidado de niños, denunciada por ME-O, refleja un daño directo a las familias y comunidades más necesitadas.
En el mundo académico y social, se observa preocupación por la incertidumbre que genera esta parálisis, con expertos advirtiendo que la falta de acuerdos presupuestarios puede ralentizar inversiones públicas y afectar la calidad de vida.
Tras semanas de negociaciones truncas y acusaciones cruzadas, la discusión del Presupuesto 2026 quedó suspendida hasta después de las elecciones presidenciales y parlamentarias del 16 de noviembre. La Sala de la Cámara de Diputados retomará el debate el 17 de noviembre, en un contexto donde la polarización política y la desconfianza mutua han erosionado la capacidad de diálogo.
Es claro que el rechazo masivo del presupuesto no es sólo un problema técnico, sino un síntoma de una fractura política profunda que amenaza con paralizar la gestión pública y aumentar la incertidumbre económica y social. La paradoja de una oposición que simultáneamente exige recortes y aumentos refleja la complejidad de un país dividido, donde el cálculo electoral complica la gobernabilidad.
En definitiva, el episodio revela que el presupuesto, lejos de ser un mero trámite administrativo, se ha convertido en el epicentro de un coliseo político donde se juega el futuro de la gobernabilidad y la estabilidad social en Chile. La pregunta que queda en el aire es si tras la elección se abrirá un camino para el diálogo o si la política seguirá atrapada en un ciclo de bloqueos y confrontaciones con consecuencias tangibles para la ciudadanía.