A más de dos meses de las primarias presidenciales del oficialismo, el eco de los resultados aún resuena en los pasillos del poder. Lo que fue presentado como un mero ejercicio democrático para definir un candidato único, se ha revelado con el tiempo como un punto de inflexión tectónico para la izquierda chilena. La contundente victoria de la exministra del Trabajo, Jeannette Jara (PC), y la inesperada debacle del abanderado del Frente Amplio, Gonzalo Winter, no solo definieron una papeleta para noviembre, sino que expusieron las fracturas, recalibraron las hegemonías y plantearon una pregunta fundamental que sigue abierta: ¿qué mantiene unida a la coalición de gobierno más allá del pragmatismo electoral?
La campaña de las primarias fue un campo de batalla de narrativas. Por un lado, Jeannette Jara construyó su candidatura sobre los pilares de la gestión y la empatía. Apalancada en logros populares como la ley de 40 horas y el alza del salario mínimo, su equipo, asesorado por estrategas como Darío Quiroga, optó por suavizar la imagen doctrinaria del Partido Comunista. Se enfocaron en su biografía —la mujer de Conchalí que se hizo a pulso— y en su capacidad de diálogo, proyectando una figura que, como analizó el columnista Cristián Valdivieso, operó como una candidata “not PC”: una figura de sentido común, más cercana a la ministra que a la militante. Esta estrategia le permitió no solo ganar la interna de su partido, donde no era la favorita inicial frente a la sombra de Daniel Jadue, sino también capturar un electorado amplio que superó con creces su base militante.
En la vereda opuesta, la candidatura de Gonzalo Winter fue, desde su origen, un camino cuesta arriba. Designado como el “plan B” del Frente Amplio tras la negativa del popular alcalde Tomás Vodanovic, Winter cargó con el peso de representar la continuidad de un gobierno con bajos niveles de aprobación. Su discurso, que intentó reconectar con la épica fundacional del FA y la crítica a los “30 años”, pareció extemporáneo para un electorado más preocupado por la seguridad y la economía.
Los números post-elección fueron categóricos y revelaron un verdadero “desfonde territorial”. Según datos analizados por La Tercera, Winter obtuvo apenas 123 mil votos, perdiendo el 88% del capital electoral que Gabriel Boric había conseguido en las primarias de 2021. En bastiones frenteamplistas como Ñuñoa, su votación apenas superó en 182 personas el número de militantes inscritos en la comuna, una señal inequívoca de que ni siquiera la propia base se movilizó con convicción. Esta derrota no fue solo personal; representó un duro golpe para la generación que llegó a La Moneda y para el proyecto político del Frente Amplio, que hoy enfrenta una profunda crisis de identidad y conexión ciudadana.
El resultado de las primarias dejó al descubierto las tensiones latentes entre las tres principales fuerzas de la coalición:
Las primarias no fueron un evento aislado, sino la consecuencia de un reordenamiento de fuerzas que comenzó con el estallido social de 2019 y se consolidó durante el gobierno de Gabriel Boric. La izquierda que surgió impugnando a la Concertación hoy ve cómo el partido más antiguo y tradicional de esa misma izquierda, el PC, toma el timón con una estrategia que, paradójicamente, se aleja de la radicalidad para abrazar el pragmatismo.
Actualmente, la coalición oficialista presenta un frente de unidad de cara a la elección de noviembre. El Presidente Boric recibió a Jara en La Moneda, y los partidos derrotados han comprometido su apoyo. Sin embargo, bajo la superficie, la relación es de una convivencia forzada. El desafío para Jeannette Jara es monumental: debe mantener cohesionada una alianza con proyectos históricos en tensión, atraer al votante de centro sin espantar a su base militante y, sobre todo, convencer a un país escéptico de que su liderazgo puede ofrecer gobernabilidad y certezas. La primaria terminó, pero la verdadera batalla por el futuro de la izquierda chilena recién comienza.