
Un escenario de poder fragmentado y tensiones latentes
Desde el 10 de octubre de 2025, un alto el fuego mediado por Estados Unidos ha puesto una pausa formal a dos años de conflicto bélico entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza. Sin embargo, lejos de traer una solución definitiva, el acuerdo ha abierto un escenario complejo y turbulento en el que la pregunta sobre quién gobernará Gaza se ha convertido en un desafío mayúsculo.
Hamás, que ha ejercido un férreo control sobre Gaza durante casi dos décadas, anunció el traspaso del gobierno a un comité tecnocrático palestino, en línea con el plan de Estados Unidos. Pero esta cesión de poder es parcial y ambigua: mientras la organización islamista declara estar "cansada de la guerra" y dispuesta a ceder la gestión cotidiana, mantiene firme su presencia armada y política, dejando a muchos palestinos y observadores con dudas sobre su verdadero papel futuro.
Perspectivas palestinas: entre la resignación y la resistencia
"Hamás todavía existe y es el actor dominante en Gaza", afirmó un exfuncionario de inteligencia israelí a BBC News, reflejando una percepción compartida por muchos gazatíes. La organización ha movilizado a sus milicianos para recuperar el control de zonas desalojadas y ha reprimido a grupos rivales y bandas criminales que amenazan su autoridad.
Mientras tanto, voces internas como la del exasesor de Hamás, Ahmad Yousef, reconocen la necesidad de un control firme para restaurar el orden, aunque advierten que la organización no desaparecerá de la escena política ni militar. Otros gazatíes, como el abogado Moumen al-Natour, denuncian la brutalidad de Hamás y rechazan su permanencia en el gobierno.
La fragmentación del poder se refleja también en el surgimiento de clanes armados y milicias diversas, algunas con vínculos controvertidos, que complican aún más la gobernanza y la seguridad interna.
Israel y la comunidad internacional: exigencias y estrategias divergentes
Desde Tel Aviv, el primer ministro Benjamin Netanyahu ha impulsado una línea dura, exigiendo el desarme completo de Hamás y la transferencia del control a una fuerza árabe alternativa, aunque sin detallar quiénes serían sus integrantes. Israel se opone categóricamente a que Hamás mantenga un papel en la administración de Gaza y también rechaza la reintegración plena de la Autoridad Palestina, a la que considera débil y fragmentada.
"Netanyahu hizo todo lo posible para apoyar a Hamás en Gaza", señaló el exjefe del Shin Bet, Ami Ayalon, recordando la compleja relación de Israel con el grupo y la paradoja de su política de "dividir y controlar".
En paralelo, Estados Unidos, bajo la administración Trump, promovió un plan de alto el fuego que contempla un gobierno transitorio tecnocrático y apolítico supervisado por un organismo internacional —que podría incluir figuras como Tony Blair— y respaldado por una fuerza multinacional de estabilización con participación de Egipto, Turquía y otros socios árabes.
No obstante, las negociaciones sobre esta fuerza y el comité de transición aún están en ciernes, y la aceptación de Hamás y otros actores palestinos no es unánime.
La ayuda humanitaria y la reconstrucción: un reto persistente
Desde el inicio del alto el fuego, solo una fracción de la ayuda humanitaria acordada ha ingresado a Gaza, lo que mantiene en vilo a la población civil y al sistema sanitario. Médicos Sin Fronteras y la ONU han alertado sobre la crisis humanitaria, con miles de pacientes en lista de espera para evacuaciones médicas y hospitales en condiciones críticas.
La reconstrucción de Gaza, devastada por años de bombardeos y combates, depende en gran medida de la estabilidad política y la coordinación entre las partes, un proceso que se ve obstaculizado por las tensiones y la falta de acuerdo sobre la gobernanza.
Conclusiones: verdades y consecuencias visibles
El panorama en Gaza tras el alto el fuego es el de una encrucijada donde convergen intereses divergentes, desconfianzas históricas y heridas abiertas.
Hamás, aunque debilitado y con un liderazgo diezmado, sigue siendo la fuerza dominante en Gaza, con un control territorial y político que no parece ceder fácilmente. La organización mantiene su brazo armado y su influencia social, mientras enfrenta retos internos para controlar la violencia y el desorden.
Por otro lado, el plan internacional de un gobierno tecnocrático y una fuerza multinacional de estabilización enfrenta resistencias tanto internas como externas, y su viabilidad depende de negociaciones complejas y de la voluntad real de las partes para ceder poder y armas.
Israel, por su parte, se mantiene firme en su rechazo a Hamás, pero carece de una alternativa clara y aceptada para gobernar Gaza, lo que prolonga la incertidumbre.
Finalmente, la población civil de Gaza sigue siendo la gran víctima de este conflicto prolongado, atrapada en una crisis humanitaria que requiere atención urgente y sostenida.
Este escenario plantea una pregunta fundamental: ¿es posible una transición pacífica y estable en Gaza sin abordar en profundidad las raíces políticas, sociales y militares del conflicto, o estamos condenados a ciclos repetidos de violencia y fragmentación?
La respuesta, por ahora, permanece en suspenso, mientras los actores en la región y la comunidad internacional navegan en aguas turbulentas, conscientes de que el futuro de Gaza es un tablero donde se juegan no solo intereses regionales, sino también la esperanza de paz y dignidad para millones.