
Una sucesión de temblores que no cesa ha sacudido a Chile desde comienzos de octubre, poniendo en vilo a comunidades, autoridades y expertos. Entre el 7 y el 31 de octubre de 2025, el Centro Sismológico Nacional reportó múltiples movimientos sísmicos de magnitudes que oscilaron entre 2.9 y 5.5, distribuidos desde el extremo norte en Arica hasta la zona central en Punitaqui. Esta cadena de eventos ha reavivado viejas heridas y encendido un debate profundo sobre la preparación del país para un eventual terremoto mayor, en un contexto donde la memoria colectiva aún recuerda el devastador 27F de 2010.
Desde Arica hasta la región de Coquimbo, el suelo chileno ha vibrado con insistencia. El 15 de octubre, un temblor de magnitud 5.5 sacudió Punitaqui, seguido de varios movimientos menores, pero constantes, que mantienen en tensión a la población. Para muchos habitantes, este fenómeno no es una novedad, sino un recordatorio de una realidad geológica que Chile enfrenta desde siempre. Sin embargo, la frecuencia y cercanía temporal de estos sismos ha generado una sensación creciente de vulnerabilidad.
El debate político se ha polarizado. Por un lado, sectores del oficialismo defienden que las políticas de prevención y respuesta han mejorado sustancialmente desde 2010, destacando la modernización de protocolos y la inversión en tecnología de monitoreo. “Estamos mejor preparados que nunca, con recursos asignados y planes de emergencia actualizados”, afirmó un alto funcionario del Ministerio del Interior.
En contraste, voces de la oposición y organizaciones sociales denuncian que las brechas en infraestructura, especialmente en zonas rurales y periféricas, persisten. “La realidad en terreno muestra que muchas comunidades siguen sin acceso a refugios seguros ni a educación sobre riesgos”, afirmó una representante de una ONG de derechos humanos. Además, la crítica se extiende a la lentitud en la reconstrucción post-desastres y la falta de participación ciudadana en la planificación.
En las regiones afectadas, el miedo y la incertidumbre se mezclan con la resiliencia. Vecinos de Punitaqui y Arica relatan cómo los temblores han alterado su rutina y generado ansiedad, pero también han fortalecido redes de apoyo comunitario. “Estamos acostumbrados a vivir con el temblor, pero esta vez parece diferente, más seguido y con menos certezas”, comenta un dirigente vecinal.
La educación en gestión de riesgos ha cobrado protagonismo, con escuelas incorporando simulacros y talleres, aunque persisten desafíos para llegar a todos los sectores.
La secuencia sísmica reciente confirma que Chile sigue siendo un territorio altamente sísmico, con áreas particularmente cargadas de energía acumulada, como han señalado expertos del Centro Sismológico Nacional y Senapred. La preparación para un gran terremoto no es una cuestión solo técnica, sino también política y social. La disparidad en percepciones y experiencias revela la necesidad de un diálogo amplio y sostenido que integre a autoridades, expertos y comunidades.
En definitiva, la ola sísmica de octubre 2025 no solo sacude el suelo chileno, sino también las certezas sobre cómo el país enfrenta su historia y su futuro frente a la amenaza recurrente de la tierra.
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Fuentes consultadas: Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile, Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred), La Tercera, ONG locales y entrevistas a dirigentes comunitarios.