
Un país que tiembla, una sociedad que reflexiona. En las últimas semanas, Chile ha vivido un aumento notable en la frecuencia de movimientos sísmicos, con más de una decena de temblores registrados desde mediados de septiembre hasta principios de noviembre, según los reportes del Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile. Entre el 14 de septiembre y el 11 de noviembre de 2025, se han registrado sismos de magnitudes que van desde 3.1 hasta 5.8, distribuidos desde el norte profundo hasta la zona sur del país. Este fenómeno ha reavivado el debate sobre la capacidad de preparación y respuesta del Estado y la sociedad civil frente a un posible terremoto de gran escala, similar al que marcó la historia nacional en 2010.
Desde el 14 de septiembre, los movimientos telúricos han sido constantes, con eventos destacados como el sismo de magnitud 5.8 ocurrido el 19 de septiembre a 26 km al norte de Pica, y otro de 5.1 registrado el 23 de septiembre en la zona de Bahía Mansa. Estos temblores, aunque moderados, han generado inquietud en las comunidades cercanas y han puesto a prueba los protocolos de emergencia. La profundidad y localización de los sismos varían, con algunos a más de 200 km de profundidad y otros superficiales, lo que influye en la percepción y el impacto.
“Chile está geológicamente expuesto, pero la clave está en la preparación y la cultura de prevención, que aún presenta brechas importantes,” señala la sismóloga María Fernanda Rojas, quien destaca la necesidad de fortalecer la educación sísmica y los sistemas de alerta temprana.
Desde el gobierno, el ministro del Interior ha reiterado el compromiso con la modernización de los sistemas de respuesta y la inversión en infraestructura resistente, aunque reconoce que la implementación es un proceso complejo y de largo plazo.
En tanto, las comunidades afectadas muestran una mezcla de resignación y exigencia. “Vivimos con el temor constante, pero también con la esperanza de que las autoridades cumplan con su parte,” expresa un dirigente vecinal de la Región de Antofagasta, zona recurrente en esta seguidilla sísmica.
La historia reciente pesa como una sombra. El terremoto y tsunami de 2010 dejaron enseñanzas duras, pero también preguntas abiertas sobre la equidad en la protección y la capacidad real de respuesta ante catástrofes. “No basta con la tecnología; la preparación debe ser transversal, involucrando a todos los sectores, especialmente a los más vulnerables,” enfatiza la académica en gestión de riesgos, Claudia Muñoz.
Por otro lado, sectores políticos y sociales debaten sobre la priorización de recursos y la transparencia en la gestión de emergencias, señalando que la fragmentación institucional y la falta de coordinación pueden aumentar la vulnerabilidad.
La reciente ola de sismos ha puesto en evidencia que Chile vive en un contexto sísmico activo y que los temblores moderados pueden ser precursores o señales de tensiones mayores en la corteza terrestre. Sin embargo, también queda claro que la preparación es un desafío multidimensional que involucra ciencia, política, sociedad y cultura.
La conclusión que emerge es una invitación a la reflexión colectiva: la resiliencia chilena no solo depende de la tecnología o las estructuras físicas, sino de la capacidad de construir un tejido social informado, crítico y participativo. En este escenario, el tiempo y la distancia permiten comprender con mayor profundidad las complejidades y preparar con mayor eficacia el futuro inevitable.
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Fuentes consultadas: Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile, Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred), entrevistas a expertos en sismología y gestión de riesgos, testimonios de comunidades afectadas, análisis académicos recientes.
2025-10-24
2025-10-03