
Un juego de ajedrez a gran escala en Ucrania y más allá
El 26 de octubre de 2025, Rusia anunció haber cercado a más de 10 mil soldados ucranianos en las zonas de Kupiansk y Pokrovsk, dos localidades clave en el este del país. Este movimiento forma parte de una ofensiva prolongada que busca controlar completamente el Donbás, un objetivo estratégico vital para Moscú desde 2022. El Kremlin, por medio de su emisario Kiríl Dmitriev, aseguró que se ofreció rendición a las tropas ucranianas para minimizar bajas, aunque no ha habido confirmación independiente de esta situación.
Simultáneamente, Rusia reportó avances territoriales en la provincia de Zaporiyia y en la parte oriental de Kupiansk, consolidando su control en regiones disputadas. Sin embargo, las autoridades ucranianas mantienen silencio o desmienten estas afirmaciones, en un duelo informativo que refleja la guerra de narrativas que acompaña al conflicto armado.
Tecnología y poder: armas nucleares y control digital
En un escenario paralelo, Moscú exhibió su poderío tecnológico con la exitosa prueba del misil nuclear de propulsión Burevestnik, capaz de evadir sistemas antimisiles y de cubrir grandes distancias a bajas alturas. Expertos militares occidentales, sin embargo, advierten que esta arma aún enfrenta desafíos técnicos y que su impacto real en el campo de batalla es discutible.
Además, el Kremlin ha tomado el control absoluto sobre el internet ruso, otorgando plenos poderes a Roskomnadzor para aislar la red nacional y censurar contenidos bajo la supervisión directa del FSB. Esta medida, que entrará en vigor en marzo de 2026, profundiza la represión digital y limita el acceso a información externa, generando preocupación incluso dentro de sectores ultranacionalistas rusos.
El telón económico: sanciones occidentales y la resistencia rusa
Frente a la escalada bélica y tecnológica, Occidente ha respondido con un endurecimiento sin precedentes de sanciones económicas. Estados Unidos y la Unión Europea han impuesto penalizaciones a las principales petroleras rusas, Rosneft y Lukoil, y han ampliado el bloqueo financiero y comercial que busca asfixiar la economía que financia la guerra.
No obstante, el Kremlin denuncia que estas sanciones afectan más a Europa que a Rusia, y se reserva el derecho a responder con medidas propias. La complejidad del entramado económico se refleja en la persistencia de la llamada “flota fantasma”, una red de petroleros que Rusia utiliza para evadir bloqueos y continuar exportando crudo, financiando así su maquinaria bélica.
Perspectivas divergentes: voces en pugna
Desde Moscú, el discurso oficial enfatiza la fortaleza y la inevitabilidad de la victoria, presentando las sanciones y presiones como ataques externos que solo refuerzan la unidad nacional. En contraste, analistas occidentales advierten que la prolongación del conflicto y la militarización digital erosionan las libertades y generan un aislamiento creciente que puede tener consecuencias imprevisibles para la estabilidad regional.
En Ucrania, la resistencia continúa pese a las dificultades, con un llamado a la comunidad internacional para sostener la ayuda militar y económica. Sin embargo, la incertidumbre sobre negociaciones de paz, bloqueadas por posiciones inamovibles y la falta de confianza, mantiene el conflicto en un punto crítico.
Conclusiones y consecuencias visibles
Este escenario pone en evidencia que la guerra en Ucrania ha trascendido el campo de batalla tradicional para convertirse en un conflicto multidimensional, donde la tecnología, la economía y la información son armas tan decisivas como los misiles y soldados.
Como señaló Pavel Podvig, investigador del Instituto de Investigación sobre el Desarme de la ONU, “el misil Burevestnik es más un arma política que una ventaja militar real”. Esta frase sintetiza la naturaleza simbólica y estratégica de las demostraciones de fuerza de Rusia.
Por su parte, la estrategia de sanciones occidentales, aunque efectiva en algunos frentes, enfrenta el desafío de la resiliencia rusa y las dificultades para mantener la unidad entre los aliados, dado que países como Bélgica y Hungría muestran reservas.
Finalmente, el control absoluto del Kremlin sobre internet y la censura digital reflejan un giro autoritario que, lejos de ser un fenómeno aislado, se inserta en una lógica de guerra total donde la información es un campo de batalla crucial.
En suma, el conflicto ruso-ucraniano en 2025 se configura como un complejo tablero geopolítico donde cada movimiento tiene repercusiones profundas y duraderas, y donde la comprensión crítica y plural es indispensable para evitar la simplificación y el alarmismo que solo alimentan la polarización y la incertidumbre.