
Un cierre sin precedentes que terminó con un acuerdo frágil y divisivo. Tras 41 días de paralización, el Senado de Estados Unidos aprobó un acuerdo que permite la reapertura del gobierno federal, poniendo fin al cierre más largo de la historia del país. Sin embargo, la medida no estuvo exenta de controversia ni fracturas internas profundas dentro del Partido Demócrata, que hasta hace poco se mostraba unido en la oposición al plan republicano.
El cierre comenzó el 1 de octubre de 2025 debido a la negativa del Congreso a aprobar un presupuesto que incluyera la extensión de los subsidios de la Ley de Cuidado de Salud Asequible (Obamacare), una demanda clave de los demócratas. Durante este periodo, 1.3 millones de empleados federales estuvieron afectados, se suspendieron programas sociales esenciales como el SNAP, que beneficia a 42 millones de personas, y se registraron cancelaciones masivas de vuelos por falta de personal en aeropuertos.
La presión social y económica se intensificó a medida que avanzaban las semanas, mientras la Cámara de Representantes permanecía en receso, y el Senado no lograba alcanzar la mayoría necesaria para destrabar la crisis.
En un giro inesperado, ocho senadores demócratas, entre ellos figuras como John Fetterman y Catherine Cortez Masto, votaron a favor del acuerdo impulsado por la mayoría republicana. Esta decisión fue calificada como una “capitulación” por sectores progresistas dentro del partido y desató una crisis interna que pone en cuestión el liderazgo de Chuck Schumer, jefe de la bancada demócrata en el Senado.
“Es una muy, muy mala decisión que incrementa las primas de seguros médicos para más de 20 millones de estadounidenses”, afirmó Bernie Sanders, reflejando el descontento de la izquierda demócrata. Por su parte, el representante Ro Khanna fue más allá, pidiendo la renuncia de Schumer por considerar que “no está a la altura de las circunstancias”.
Sin embargo, otros líderes demócratas como Hakeem Jeffries defendieron el acuerdo y la gestión de Schumer, argumentando que se trató de la única vía posible para evitar un daño mayor.
El paquete aprobado financia temporalmente al gobierno hasta el 30 de enero de 2026, reincorpora a más de 4.000 empleados despedidos y mantiene operativas agencias clave. No obstante, no incluye la extensión inmediata de los subsidios de Obamacare, cuya expiración amenaza con elevar los costos médicos para millones.
Los demócratas que apoyaron el acuerdo sostienen que se pactó una futura votación para tratar ese punto, pero la resistencia republicana y de Donald Trump indica que esa batalla está lejos de resolverse.
Este episodio deja varias verdades claras: la crisis política estadounidense está profundamente fragmentada, incluso dentro de los partidos; la negociación bipartidista es posible, pero a costa de concesiones que dividen a las bases; y los costos sociales de la parálisis legislativa son reales y tangibles.
Además, la crisis ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema político estadounidense, donde el filibusterismo y la polarización dificultan acuerdos que afectan la vida cotidiana de millones.
- Republicanos celebran el acuerdo como una victoria que evita un mayor gasto y mantiene el control sobre la agenda legislativa.
- Demócratas moderados ven en la reapertura un necesario alivio para los trabajadores federales y los programas sociales, aunque con reservas.
- Progresistas y activistas sociales critican la renuncia a la extensión de subsidios de salud y denuncian la falta de compromiso con la justicia social.
- Ciudadanos afectados expresan alivio por el fin del cierre, pero también incertidumbre sobre el futuro de la salud pública y la estabilidad laboral.
El acuerdo que reabrió el gobierno estadounidense es tanto un triunfo como una derrota: pone fin a una crisis histórica, pero expone las profundas divisiones internas y políticas que la generaron. La batalla por la salud pública y la justicia social continúa, y el liderazgo del Partido Demócrata enfrenta un momento decisivo para recuperar cohesión y confianza.
Este cierre no solo dejó cifras y días sin actividad, sino una lección amarga sobre los límites del bipartidismo y la urgencia de repensar las reglas que rigen la política en Estados Unidos.