En octubre de 2025, un episodio político en Israel estremeció la estabilidad precaria de Oriente Medio: la Knéset aprobó en primera lectura un proyecto para anexar partes de Cisjordania, el territorio palestino ocupado. Con 25 votos a favor y 24 en contra, la propuesta abrió la puerta a un proceso que, de haberse concretado, habría cambiado radicalmente el mapa geopolítico de la región.
Pero la historia no terminó ahí. Desde Washington, el vicepresidente estadounidense JD Vance se pronunció con dureza, calificando la maniobra como una "maniobra política estúpida" y dejando claro que "Cisjordania no va a ser anexionada por Israel". Por su parte, el expresidente Donald Trump advirtió que Israel perdería el apoyo de Estados Unidos si avanzaba con la anexión, recordando su palabra a los líderes árabes y la importancia de mantener el equilibrio regional.
El proyecto de ley, aunque aprobado en primera lectura, se encontró con una oposición internacional casi unánime. Un comunicado conjunto de 14 países árabes e islámicos, entre ellos Arabia Saudita, Jordania y Turquía, condenó la medida como una "flagrante violación del Derecho Internacional". La Liga de Estados Árabes y la Organización para la Cooperación Islámica se sumaron a la condena, instando a la comunidad internacional a actuar para detener esta escalada.
Desde la mirada israelí, la anexión era vista como un paso para consolidar soberanía en territorios donde existen asentamientos judíos, especialmente en la llamada Área C, que representa el 60% de Cisjordania bajo control militar y civil israelí desde los Acuerdos de Oslo. Sin embargo, para los palestinos y sus aliados, esta medida significaba una nueva afrenta a sus derechos y aspiraciones nacionales.
En Cisjordania, la reacción fue de silenciosa preocupación. La experiencia reciente de Gaza, devastada tras dos años de guerra, alimentaba el temor a que la región se convirtiera en "la próxima Gaza". "Estamos cansados", confesó un residente de Yenín a The Guardian, reflejando el desgaste de una población atrapada entre la ocupación militar, la violencia de colonos y la ausencia de un horizonte político claro.
Mientras tanto, la Autoridad Palestina, debilitada y sin control efectivo en amplias zonas, enfrentaba el reto de mantener la cohesión social y política en un contexto de creciente fragmentación.
La administración Trump, que había desempeñado un papel clave en la mediación del alto el fuego en Gaza y en la promoción de los Acuerdos de Abraham, asumió una posición firme contra la anexión. Vance y el secretario de Estado Marco Rubio advirtieron contra cualquier intento de modificar unilateralmente el estatus de Cisjordania, señalando que ello amenazaría la paz y la estabilidad regional.
Trump, en entrevistas con medios internacionales, reveló haber presionado directamente a Netanyahu para que desistiera del plan, argumentando que "no se puede luchar contra el mundo" y que Israel debía buscar la integración económica y política con sus vecinos árabes.
A la fecha, la anexión formal de Cisjordania no se ha concretado, pero el episodio dejó huellas profundas:
- La votación parlamentaria expuso las divisiones internas en Israel y la fragilidad de su política hacia los territorios ocupados.
- La presión internacional, en particular de Estados Unidos y países árabes, demostró ser un contrapeso efectivo frente a las iniciativas unilaterales.
- La población palestina enfrenta un escenario de incertidumbre creciente, marcado por la erosión de su autonomía y el temor a una escalada militar.
Este capítulo del conflicto israelí-palestino, lejos de cerrarse, invita a una reflexión profunda sobre las dinámicas de poder, la diplomacia internacional y la urgencia de soluciones que respeten los derechos y aspiraciones de todos los actores involucrados. La historia no es solo la de un intento fallido de anexión, sino la de un tablero geopolítico en constante tensión, donde las decisiones tomadas hoy definirán el futuro de la región por décadas.
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Fuentes consultadas: The Guardian, DW, La Tercera, Cooperativa.cl, Time Magazine.