El arte como campo de batalla: protestas climáticas y el dilema entre preservación y activismo

El arte como campo de batalla: protestas climáticas y el dilema entre preservación y activismo
Actualidad
Cultura popular
2025-11-12
Fuentes
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- Protestas contra el cambio climático que usan obras de arte como escenario de denuncia.

- Choque entre activismo y preservación patrimonial, con debates sobre legitimidad y vandalismo.

- Tensiones culturales y políticas que revelan contradicciones profundas en la relación sociedad-arte-naturaleza.

Un lienzo manchado, un grito silenciado. En las últimas semanas, el mundo del arte ha sido testigo de acciones que han sacudido su aparente serenidad. Activistas climáticos han protagonizado protestas en museos emblemáticos, arrojando pintura o pegándose a obras protegidas, para denunciar la inacción política frente a la crisis ambiental. Estas intervenciones, que buscan visibilizar la emergencia climática, han desatado un intenso debate: ¿son actos legítimos de desobediencia civil o meros ataques vandálicos al patrimonio cultural?

Desde Londres hasta Nueva York, pasando por Santiago y Madrid, la historia se repite con variaciones. El antecedente histórico más citado es el ataque de Mary R. Richardson en 1914 a "La Venus del espejo" de Velázquez, un acto simbólico contra la opresión a las mujeres. Hoy, la urgencia del cambio climático ha traído nuevas formas de protesta que, aunque pacíficas en intención, resultan agresivas en su gesto. Activistas como Marta Moreno Muñoz, responsable del proyecto "The Walk", han combinado el amor por el arte con la necesidad de alertar sobre la emergencia ecosocial, manchando marcos o cristales sin dañar las obras originales.

"No habrá arte en un planeta muerto", afirmó Moreno Muñoz, sintetizando la paradoja que enfrentan quienes defienden la vida y, al mismo tiempo, desafían la sacralidad de las obras. Este dilema atraviesa opiniones encontradas:

- Por un lado, expertos como la profesora María Dolores Jiménez-Blanco sostienen que "el uso de la violencia o cualquier acción que ponga en riesgo el patrimonio cultural son inaceptables", poniendo el énfasis en la protección del legado artístico.

- Por otro, voces como la escritora Azahara Palomeque recuerdan que "la desobediencia civil ha sido fundamental para lograr avances en derechos", y que estas acciones, aunque impopulares, pueden ser catalizadoras de cambio social.

Este choque no es solo simbólico. Las obras de arte representan mucho más que objetos estéticos; son parte de la educación sentimental y la identidad cultural. Sin embargo, la crisis climática cuestiona la prioridad que se les otorga en las agendas gubernamentales y sociales. Mientras las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando, las cumbres internacionales fracasan en producir compromisos vinculantes, y las desigualdades globales se profundizan, la protesta contra el cambio climático se radicaliza.

La tensión entre preservar el arte y salvar el planeta se convierte en un espejo de la sociedad contemporánea: ¿qué valoramos más? ¿El legado cultural o la supervivencia? ¿Es posible conciliar ambos sin caer en la violencia? Las respuestas no son fáciles ni unívocas.

En última instancia, estas acciones revelan una verdad incómoda: el arte importa porque nos configura y nos interpela, y también porque es un espacio donde se expresan las contradicciones y urgencias de nuestra época. La violencia simbólica de estas protestas confronta la inteligencia humana para crear belleza con la imperiosa necesidad de actuar ante la crisis climática.

Este debate invita a reflexionar sobre cómo construir un futuro donde la cultura y la naturaleza coexistan en equilibrio, y sobre el papel que cada uno debe jugar para lograrlo. Mientras tanto, el arte sigue siendo un campo de batalla donde se libran las luchas más profundas de nuestra humanidad.

Fuentes consultadas incluyen análisis de EL PAÍS, testimonios de académicos y activistas, y estudios históricos sobre protestas artísticas emblemáticas.