
El escenario venezolano se ha transformado en un coliseo donde convergen la tensión militar, el control social y la geopolítica internacional.
Entre el 11 y 12 de noviembre de 2025, el gobierno de Nicolás Maduro ordenó la puesta en marcha de una fase superior del “Plan Independencia 200”, que implica la movilización masiva de las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (FANB), incluyendo medios terrestres, aéreos, navales y misilísticos. Esta decisión se produce en medio de la llegada al Caribe del portaaviones estadounidense Gerald Ford, el buque más avanzado de la Armada de EE.UU., cuya presencia es interpretada por Caracas como una amenaza directa y un intento de forzar un cambio de régimen.
Maduro ha declarado poseer más de 5.000 misiles antiaéreos rusos Igla-S desplegados estratégicamente para garantizar la defensa nacional. Este arsenal, junto con sistemas de simulación para operadores militares, refuerza la narrativa oficial de una Venezuela preparada para repeler cualquier agresión externa.
En paralelo, el gobierno chavista ha profundizado el control social mediante la ampliación y reorientación de la aplicación móvil VenApp. Originalmente diseñada para reportar problemas en servicios públicos, la app ahora sirve como una plataforma para que los ciudadanos denuncien “todo lo que ven y oyen”, incluyendo actividades sospechosas vinculadas a la oposición o a supuestos ataques al Estado.
Esta herramienta de vigilancia social, promovida por Maduro y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), involucra a la FANB, la Milicia Bolivariana y las Bases Populares de Defensa Integral, conformando un sistema de inteligencia popular y comunal. Sin embargo, esta medida ha generado rechazo y temor entre sectores opositores y organizaciones de derechos humanos, que advierten sobre riesgos de persecución política, violaciones a la privacidad y aumento de detenciones arbitrarias.
“Jamás se me ocurriría descargarla. Es aterrador que ahora exista una aplicación para que los ciudadanos se denuncien entre sí”, expresó una empleada de medios privados en Caracas, reflejando el clima de desconfianza y miedo que permea la sociedad venezolana.
Desde la esfera internacional, Rusia ha confirmado mantener contactos con Venezuela y ha reiterado su apoyo bajo “obligaciones contractuales”, aunque sin confirmar explícitamente una solicitud de ayuda militar formulada por Maduro. Moscú condena el despliegue militar estadounidense en el Caribe, calificándolo de uso excesivo de la fuerza.
“Estamos en contacto con nuestros amigos venezolanos”, afirmó Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, mientras el gobierno de EE.UU. sostiene que su presencia busca combatir el narcotráfico y desmantelar organizaciones criminales transnacionales.
El expresidente Donald Trump, en declaraciones recientes, mostró disposición a ganar cualquier conflicto bélico de manera rápida y contundente, aunque asegura no desear una guerra. No obstante, ha autorizado ataques contra embarcaciones vinculadas al narcotráfico y ha insinuado posibles incursiones terrestres para controlar estas organizaciones.
Desde septiembre, EE.UU. ha incrementado su despliegue naval en la región, con más de una docena de buques de guerra, un submarino nuclear y aviones de combate, la mayor concentración militar desde la Guerra del Golfo.
Las voces en Venezuela y el mundo se enfrentan en este escenario de alta tensión. Por un lado, el chavismo insiste en la necesidad de fortalecer la defensa nacional y la vigilancia social para preservar la soberanía; por otro, opositores y observadores internacionales denuncian una deriva autoritaria y un clima de miedo creciente.
Conclusiones:
- La movilización militar venezolana y el despliegue estadounidense en el Caribe configuran una escalada palpable, con consecuencias directas en la estabilidad regional.
- El uso de herramientas tecnológicas para la vigilancia social representa un avance en el control estatal sobre la población, con implicancias profundas para los derechos civiles y políticos.
- La ambigüedad y la desinformación, junto con la polarización interna y las tensiones internacionales, alimentan un clima de incertidumbre y posible confrontación.
En definitiva, Venezuela vive una tragedia en la que el pueblo es espectador y a la vez víctima de una confrontación que trasciende sus fronteras, donde la seguridad nacional, la soberanía y los derechos humanos se encuentran en un delicado equilibrio que aún está por definirse.