
En la antesala de la primavera de 2025, Chile fue testigo de un enfrentamiento que puso en jaque la conectividad aérea del país y desnudó las tensiones entre capital y trabajo en una de sus empresas emblemáticas: Latam Airlines. El Sindicato de Pilotos de Latam (SPL), que agrupa a más del 50% de los capitanes de la aerolínea, rechazó con un contundente 97% la última oferta salarial de la empresa, abriendo el camino a una huelga que finalmente se materializó los días 12 y 13 de noviembre.
El detonante fue la negociación colectiva que comenzó en septiembre y que, tras meses de diálogo y desencuentros, evidenció una brecha profunda entre las expectativas de los pilotos y la propuesta de la empresa. El SPL argumentó que, pese a las ganancias millonarias de Latam —US$ 1.500 millones reportados en 2025— y la sólida recuperación financiera, los pilotos no han recuperado sus condiciones salariales previas a la pandemia.
"Esta vez, con los US$ 1.500 millones en ganancias de Latam, con las brillantes proyecciones de la industria y con la muy modesta petición de los pilotos, esperábamos que en la instancia de mediación primara la cordura", señaló Mario Troncoso, presidente del SPL, quien además criticó el uso de más de US$ 800 millones en dividendos y recompras de acciones mientras se mantenían las tensiones laborales.
Por su parte, la empresa defendió su posición, destacando que mantiene una sólida situación financiera y que ha implementado medidas preventivas para proteger a sus pasajeros, incluyendo la cancelación anticipada de vuelos y la oferta de alternativas sin costo para los afectados. "Latam reafirma su disposición permanente al diálogo con el sindicato y su compromiso de alcanzar un acuerdo beneficioso para todas las partes", afirmó en un comunicado.
La huelga, iniciada el 12 de noviembre, provocó la cancelación de vuelos desde y hacia Chile, afectando a menos del 10% de los pasajeros según la empresa, aunque con un impacto significativo en rutas clave. La cancelación preventiva de vuelos fue anunciada días antes, en un intento de mitigar el daño y ofrecer soluciones de viaje, como cambios de fecha sin penalidad o devoluciones totales.
Este escenario expuso la vulnerabilidad de la conectividad aérea chilena, especialmente en regiones como La Araucanía, donde vuelos como el LA30 entre Temuco y Santiago fueron cancelados, generando molestias y pérdidas para pasajeros y sectores productivos.
Desde el sindicalismo, el reclamo es claro: la recuperación económica debe traducirse en mejoras salariales y laborales. "Nos dieron un portazo que nos tiene a días de iniciar una huelga que no buscamos y que, muy a nuestro pesar, podría afectar a los pasajeros y golpear la conectividad del país", advirtió Troncoso, apuntando a una empresa que prioriza a los accionistas sobre sus trabajadores.
En cambio, la gerencia de Latam enfatiza la necesidad de mantener la estabilidad financiera y la competitividad, señalando que la cancelación de acciones y la recompra de títulos forman parte de una estrategia para fortalecer la compañía y beneficiar a sus inversores.
Este choque de visiones refleja las tensiones estructurales entre capital y trabajo, en un contexto donde la recuperación postpandemia ha sido desigual y las demandas salariales se enfrentan a presiones de mercado y expectativas de rentabilidad.
Este episodio deja varias certezas y desafíos para Chile. Primero, que la negociación colectiva en sectores estratégicos como la aviación sigue siendo un terreno de conflicto intenso, donde las partes deben encontrar un equilibrio entre la justicia laboral y la viabilidad empresarial.
Segundo, que la conectividad aérea, vital para la economía y la integración territorial, es vulnerable a las disputas internas, afectando a pasajeros, negocios y regiones más allá del Gran Santiago.
Finalmente, el caso Latam evidencia la necesidad de un diálogo social más profundo y una mayor transparencia en la distribución de beneficios empresariales, para evitar que ganancias millonarias se traduzcan en conflictos que paralizan servicios esenciales.
Chile observa, entonces, cómo en el teatro de la negociación colectiva, los pilotos y la empresa juegan su partida con consecuencias que se extienden más allá de las cabinas y las salas de directorio, afectando la experiencia cotidiana de miles y poniendo a prueba la capacidad de consenso en tiempos complejos.