
Un giro inesperado en la política boliviana ha sacudido el tablero regional. El 8 de noviembre de 2025, Rodrigo Paz Pereira, líder centrista del Partido Demócrata Cristiano, asumió la presidencia de Bolivia tras derrotar en segunda vuelta al expresidente derechista Jorge Tuto Quiroga. Este cambio marcó el fin de un ciclo político de casi dos décadas iniciado con Evo Morales y continuado por Luis Arce, quienes habían mantenido una alianza cercana con el gobierno de Gabriel Boric en Chile.
La victoria de Paz no solo representa un vuelco ideológico, sino también un desafío para la relación bilateral entre Chile y Bolivia, que llevaba casi medio siglo marcada por la disputa marítima y el distanciamiento diplomático desde 1978.
El ex candidato presidencial José Antonio Kast fue uno de los primeros en reaccionar públicamente, celebrando el cambio y criticando la influencia del gobierno de Boric en La Paz. "Bolivia se ha quitado el yugo, precisamente de los amigos del actual Gobierno en Chile", afirmó Kast en una rueda de prensa, destacando la posibilidad de restablecer relaciones diplomáticas rotas hace décadas.
Pero la euforia de Kast contrasta con la cautela y preocupación que expresan diversos sectores en Chile y Bolivia. Desde la izquierda chilena, se advierte que el cambio podría significar un retroceso en los avances sociales y en la cooperación regional, mientras que en Bolivia hay voces que temen que el nuevo gobierno privilegie intereses económicos y políticos que podrían profundizar las divisiones internas.
El nuevo presidente boliviano ha manifestado su interés en abrir un diálogo con Chile, buscando una relación pragmática que supere la histórica demanda marítima, pero sin ceder en los principios soberanos que han marcado la agenda nacional boliviana. Esto ha generado un escenario de incertidumbre en la diplomacia chilena, que debe balancear entre la voluntad de diálogo y las presiones internas que exigen firmeza en la defensa de los intereses nacionales.
Desde las regiones fronterizas, comerciantes y comunidades indígenas observan con atención el desarrollo de esta nueva etapa. Algunos ven una oportunidad para la cooperación y el desarrollo conjunto, mientras otros temen que el cambio político pueda agravar tensiones y afectar la convivencia cotidiana.
Este episodio desnuda las complejidades de una relación marcada por heridas históricas, intereses contrapuestos y la necesidad urgente de construir puentes que permitan avanzar hacia una convivencia pacífica y beneficiosa para ambos pueblos.
En definitiva, la elección de Rodrigo Paz y la reacción chilena evidencian que la política regional está lejos de estabilizarse. Las verdades que emergen son claras: las relaciones entre Chile y Bolivia seguirán siendo un campo de batalla ideológica y diplomática, donde cada actor juega su rol con la mirada puesta en un futuro incierto. La historia no se borra, pero tampoco es inmóvil. El desafío está en cómo cada país decide enfrentar sus fantasmas para construir un nuevo capítulo, sin repetir tragedias pasadas.
Fuentes consultadas incluyen reportes de Cooperativa.cl, análisis políticos de expertos en relaciones internacionales y testimonios de actores sociales en ambas naciones.