
El alto al fuego en Gaza, anunciado con esperanzas de paz, enfrenta un laberinto subterráneo y político que amenaza con desmoronarlo. Desde octubre de 2023, el conflicto ha dejado más de 68.000 muertos en Gaza, con un cese de hostilidades formalmente vigente desde hace semanas. Sin embargo, la presencia de hasta 200 combatientes de Hamás atrapados en una red de túneles bajo la ciudad de Rafah, según fuentes israelíes y estadounidenses, ha puesto en jaque las negociaciones y la estabilidad del acuerdo.
Este escenario subterráneo no es solo un obstáculo físico, sino un símbolo de la complejidad política que envuelve el proceso. Hamás se niega a rendirse sin garantías claras, mientras Israel rechaza conceder un salvoconducto, manteniendo una posición inflexible. Un portavoz israelí afirmó que la desmilitarización de Gaza es condición sine qua non para cualquier avance.
Por su parte, la comunidad internacional, con Estados Unidos y la OTAN en roles protagónicos, ha intentado mediar con un plan que incluye supervisión internacional y un comité transitorio palestino. Sin embargo, la experiencia histórica en Afganistán e Irak advierte sobre la fragilidad de estas transiciones supervisadas desde el exterior, donde la violencia y la inestabilidad suelen prolongarse más allá de los acuerdos formales.
Además, el bloqueo y las restricciones al ingreso de ayuda humanitaria persisten. La ONU reporta que solo la mitad de los camiones con suministros prometidos han entrado a Gaza desde el inicio del alto al fuego. Israel justifica estas medidas alegando retrasos en la entrega de restos y rehenes, mientras Hamás denuncia una persistente política de asfixia que mantiene a la población civil en condiciones extremas.
Desde el terreno, voces expertas como Haizam Amirah Fernández, director del Centro de Estudios Árabes Contemporáneos, califican la actitud internacional como una “complicidad silenciosa” que permite que Israel incumpla el acuerdo sin consecuencias. “Si un Estado ha tenido impunidad para cometer un genocidio, ¿cómo no la va a tener para romper un alto al fuego?”, señala.
En el plano político, la falta de claridad sobre el futuro de Gaza —gobernanza, integración de grupos armados y reconstrucción— mantiene la región en una encrucijada. La propuesta de dividir Gaza en zonas controladas por Israel y Hamás, que circula en círculos diplomáticos, podría institucionalizar una partición de facto con consecuencias imprevisibles para la estabilidad regional.
Las tensiones no se limitan a Gaza. El contexto regional, con actores como Irán, Hezbolá, Siria y Líbano, añade capas de incertidumbre. La repetición de patrones de violencia y represalias en Líbano, sin sanciones internacionales, anticipa un escenario donde el cese al fuego puede ser solo un respiro momentáneo.
Finalmente, la población civil, exhausta y atrapada en medio del fuego cruzado, enfrenta la tragedia cotidiana. Más de 68.000 muertos, miles de heridos y una infraestructura devastada son el saldo visible de un conflicto que no encuentra solución. La reconstrucción, que requiere coordinación y fondos internacionales, aún no tiene un plan concreto ni un compromiso firme.
En conclusión, el alto al fuego en Gaza es una tregua con múltiples fisuras: la sombra de los túneles, la desconfianza entre las partes, las violaciones continuas del acuerdo y la ausencia de una estrategia clara para la paz y la reconstrucción. Este escenario plantea un desafío mayúsculo para la comunidad internacional y para quienes anhelan un futuro distinto para la región. La historia reciente advierte que la paz sin justicia y sin garantías sólidas es frágil y fácilmente reversible.