
En medio de un escenario electoral que parecía consolidado hace apenas semanas, la candidatura de Jeannette Jara ha irrumpido con una fuerza que no solo sorprende a sus rivales, sino que también redefine las expectativas de la contienda presidencial.
El 10 de octubre, la encuesta Cadem posicionaba a Jara con un 26% de preferencias, superando por cuatro puntos a José Antonio Kast, y mostrando una pelea cerrada por el tercer lugar con Evelyn Matthei. Este dato, lejos de ser una anomalía puntual, se confirmó y potenció en la masiva concentración que Jara encabezó el 10 de noviembre en Maipú, congregando a más de 20 mil personas, un número inusual para una candidata oficialista en esta etapa.
La campaña de Jara se ha caracterizado por una mezcla de distancia crítica con el gobierno de Gabriel Boric y una postura enérgica frente a sus adversarios, tanto de derecha como de sectores más extremos. En su discurso de cierre, Jara afirmó que "Chile no se cae a pedazos", una frase que resonó como un desafío directo a las narrativas de crisis que han dominado parte del debate público.
Por otro lado, la candidata ha sabido capitalizar el descontento social y las demandas por mayor gasto social, exigiendo explícitamente la reposición de recursos en el presupuesto 2026, lo que la ha distanciado de algunos sectores del oficialismo y la ha acercado a votantes de centroizquierda y sectores populares.
Desde la derecha, José Antonio Kast mantiene una base sólida, aunque debilitada, con un 22% en las encuestas de octubre. Su uso de chaleco antibalas en actividades públicas ha sido interpretado por Jara como una señal de desconfianza hacia el pueblo chileno, lo que enciende la polarización y profundiza la desconfianza entre candidaturas.
Evelyn Matthei, con un 14%, mantiene su perfil tradicional y ha criticado duramente a Kast por su estilo y seguridad, afirmando que "no me escondí nunca detrás de un vidrio". Esta declaración refleja la tensión interna en la derecha y la lucha por consolidar un liderazgo que pueda imponerse en segunda vuelta.
Mientras tanto, la izquierda oficialista observa con cautela cómo Jara se desmarca de Boric en momentos clave, incluso en gestos simbólicos como la recepción a figuras internacionales como Javier Milei, donde Jara manifestó que "yo habría saludado a Milei de pie", marcando una diferencia generacional y estratégica.
La campaña ha estado marcada también por episodios de guerra sucia digital. Se reveló el vínculo de un asesor de Kast, Bernardo Fontaine, con pagos a 'trolls' que atacaban tanto a Jara como a Matthei, lo que ha generado indignación en ambos comandos y ha tensado aún más la competencia.
Las cifras y movilizaciones evidencian que la carrera presidencial chilena está lejos de definirse, con una fragmentación que obliga a mirar más allá de los nombres tradicionales. Jara ha logrado consolidar un espacio que combina movilización popular, discurso social y distancia crítica con el gobierno, lo que le ha permitido crecer en un electorado ávido de certezas y cambios.
Sin embargo, la dispersión del voto y las tensiones internas dentro de los bloques políticos auguran una segunda vuelta incierta y un escenario donde las alianzas y la capacidad de diálogo serán decisivas.
En definitiva, el desafío que enfrenta Chile no es solo electoral, sino también de reconciliación política y social, en un país que busca en estas elecciones no solo un presidente, sino un rumbo claro para los próximos años.