
Una danza de poder y expectativas se ha desplegado en las últimas semanas entre Estados Unidos y China, dos gigantes que, tras años de tensiones comerciales y políticas, parecen buscar un respiro negociador. El anuncio del encuentro entre Donald Trump y Xi Jinping, previsto para el 30 de octubre en Corea del Sur, marcó un punto de inflexión palpable en los mercados globales. Wall Street respondió con alzas que, aunque esperadas, no dejan de reflejar la complejidad de una relación que combina cooperación con rivalidad.
El contexto no es trivial. Desde mediados de octubre, los futuros de Wall Street comenzaron a operar al alza, impulsados por señales claras de acercamiento entre ambas potencias. La Casa Blanca suspendió unilateralmente las negociaciones con Canadá, mientras se preparaban conversaciones clave en Malasia entre el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, y el viceprimer ministro chino, He Lifeng. Todo ello antecedió el esperado encuentro entre Trump y Xi.
Sin embargo, el optimismo no es uniforme ni absoluto. Por un lado, el propio Trump reconoció que imponer un arancel del 100% a productos chinos no es viable en el largo plazo, pero advirtió que será una medida si no se logra un acuerdo. Por otro, la lista de demandas de Estados Unidos a China —que incluye la eliminación de restricciones a la exportación de tierras raras, el combate al fentanilo y la reanudación de compras agrícolas— sigue siendo exigente y compleja.
Desde la perspectiva política estadounidense, las opiniones se dividen. Algunos congresistas republicanos presionan por una postura dura que garantice la protección de la industria nacional, mientras sectores demócratas apuestan por un diálogo pragmático que evite una escalada que pueda dañar la recuperación económica.
En China, el Partido Comunista se encuentra en plena definición de su próximo plan quinquenal, lo que añade una capa adicional de cautela en sus negociaciones internacionales. Beijing ha mostrado desaceleración en el crecimiento económico—con un PIB que pasó de 5,2% a 4,8% anual en el tercer trimestre—pero mantiene la confianza en cumplir sus metas anuales.
El efecto inmediato se tradujo en alzas en los mercados bursátiles globales: el S&P 500 y el FTSE 100 mostraron avances, mientras el cobre subió a US$ 5,10 la libra, reflejando expectativas de mayor demanda industrial. Por su parte, Intel sorprendió con resultados por encima de lo esperado, impulsando el sector tecnológico y reforzando la confianza inversora.
En Latinoamérica, expertos como Francisco Urdinez, director del Núcleo Milenio ICLAC, advierten que la región aún no dimensiona el impacto que este reacomodo entre Washington y Beijing tendrá en su economía y política. La dependencia de las exportaciones de materias primas y las inversiones chinas en infraestructura son piezas clave en un tablero que se mueve con cautela.
La narrativa que emerge no es lineal ni pacífica. Mientras algunos actores celebran un posible deshielo, otros alertan sobre la fragilidad de un acuerdo que debe sortear profundas discrepancias y demandas históricas. 'EEUU estará bien con China', dijo Trump, pero el mismo mandatario ha lanzado advertencias que mantienen la tensión latente.
Lo que sí parece claro es que este episodio ha marcado un cambio en el ciclo noticioso inmediato: la atención ya no está solo en la volatilidad diaria, sino en las consecuencias estructurales que un eventual acuerdo o ruptura traerá para la economía global y la geopolítica.
El pulso entre Estados Unidos y China se ha convertido en un espectáculo de poder, estrategia y negociación donde cada movimiento es observado con lupa por mercados y gobiernos. La reciente alza en Wall Street y otros indicadores económicos son reflejo de un optimismo cauteloso, que convive con demandas insatisfechas y escenarios abiertos. Para Chile y la región, la lección es clara: la interdependencia global exige una mirada crítica y preparada para navegar en aguas inciertas, donde las decisiones de dos potencias pueden redefinir el futuro económico y político de todos.