En un giro que muchos temían pero pocos esperaban tan pronto, Israel lanzó dos ataques aéreos en el sur de Gaza el 19 de octubre de 2025, apenas nueve días después de la entrada en vigor de un alto el fuego que prometía calmar las hostilidades en una región marcada por décadas de conflicto.
Según reportes de medios internacionales y fuentes militares israelíes, el estallido de violencia se produjo luego de que combatientes de Hamas, según un oficial israelí, atacaran a soldados con un francotirador y un lanzagranadas. Aunque el ejército israelí no confirmó oficialmente los ataques aéreos, el hecho fue confirmado por testigos palestinos en Rafah, epicentro de los enfrentamientos.
Este episodio pone en evidencia la fragilidad del acuerdo de cese al fuego, que ya había sido cuestionado por múltiples sectores por su naturaleza precaria y falta de mecanismos efectivos de supervisión.
Desde la perspectiva israelí, el primer ministro Benjamin Netanyahu justificó la acción como una respuesta necesaria para proteger a sus tropas y recuperar los cuerpos de rehenes. En consecuencia, se ordenó el cierre del paso fronterizo de Rafah, bloqueando la entrada de ayuda humanitaria y profundizando la crisis humanitaria en Gaza.
Por otro lado, Hamas y autoridades palestinas denunciaron que desde la entrada en vigor del alto el fuego 27 personas han muerto y 143 han resultado heridas, acusando a Israel de incumplir el acuerdo y de acciones desproporcionadas que afectan a la población civil.
La comunidad internacional se encuentra dividida. Mientras algunos países llaman a la calma y a retomar negociaciones, otros expresan preocupación por la escalada y el impacto humanitario. Organismos como la ONU han reiterado la urgencia de un diálogo serio y la apertura de corredores humanitarios.
Este nuevo episodio se inserta en un ciclo recurrente donde la violencia y la diplomacia se entrelazan en un juego de poder, miedo y supervivencia. La ruptura del alto el fuego no solo evidencia la falta de confianza entre las partes, sino también la complejidad de resolver un conflicto con raíces históricas profundas y múltiples actores con agendas divergentes.
Para la población civil, la tragedia se repite: la violencia reaparece y con ella la inseguridad, el sufrimiento y la incertidumbre sobre un futuro que parece siempre postergado.
En definitiva, los hechos confirman que sin un compromiso real y mecanismos efectivos de control, los acuerdos de paz en Gaza están condenados a ser efímeros. La escalada de octubre de 2025 no es un incidente aislado, sino la manifestación de tensiones enquistadas que demandan, más que nunca, una mirada integral y plural que reconozca las voces y dolores de todos los involucrados.