
A seis años del estallido social que sacudió a Chile en octubre de 2019, el recuerdo de aquella ola de protestas sigue siendo un campo de batalla político y simbólico. El 18 de octubre de 2019, más de dos millones de personas salieron a las calles para manifestar su descontento con el sistema socioeconómico vigente. Desde entonces, la interpretación de esos hechos no ha dejado de generar tensiones, ahora reavivadas en plena campaña presidencial.
El pasado 18 de octubre, en un acto que buscó marcar la agenda electoral, José Antonio Kast, candidato de Republicanos, calificó el estallido social como un episodio de "caos y destrucción". En sus palabras, "muchos celebraron el caos y la destrucción", y advirtió que Chile debe levantarse con "orden, coraje y fe" para superar lo que considera un período de ingobernabilidad.
En respuesta, la candidata oficialista Jeannette Jara (PC) denunció que "Kast miente" y acusó a la ultraderecha de querer disuadir a la ciudadanía de manifestarse legítimamente. Jara defendió el derecho a la protesta y recordó que las movilizaciones fueron masivas y mayoritariamente pacíficas, aunque reconoció que hubo abusos que ella misma condena.
Este cruce pone en evidencia un choque de relatos que va más allá de la política electoral: para la derecha, el estallido es sinónimo de desorden y amenaza a la estabilidad; para la izquierda, representa la expresión legítima de demandas sociales históricas, especialmente de la clase media y los sectores más vulnerables.
Diversos análisis académicos y sociales coinciden en que el estallido fue un fenómeno complejo, con raíces estructurales en la desigualdad y deficiencias en el modelo neoliberal chileno. Sin embargo, la narrativa dominante varía según el espectro político y el público al que se dirigen los actores.
Desde regiones, la percepción también es diversa. En zonas urbanas, especialmente en Santiago y Valparaíso, el recuerdo del 18-O mantiene un matiz de esperanza y reivindicación social. En cambio, en sectores rurales y más conservadores, prevalece la sensación de inseguridad y rechazo a las protestas.
Este debate tiene consecuencias concretas en la campaña presidencial de 2025. Las encuestas muestran que Jara lidera la primera vuelta, pero pierde en un eventual balotaje frente a Kast, lo que refleja una ciudadanía dividida no sólo en propuestas, sino en la interpretación del pasado reciente.
El enfrentamiento entre Kast y Jara no es solo una disputa electoral, sino un síntoma de la persistente fractura social y política que dejó el estallido social. La dificultad para construir un relato común sobre ese momento clave dificulta la reconciliación nacional y la definición de políticas públicas que atiendan las demandas sociales sin polarizar.
En conclusión, aunque ambos candidatos buscan capitalizar políticamente el recuerdo del 18-O, sus posturas reflejan visiones irreconciliables sobre el significado del estallido. Esta división no solo condiciona la campaña electoral, sino que también evidencia la necesidad de un diálogo más profundo y plural para abordar las heridas abiertas de aquella crisis social.
La verdad es que el estallido social fue un fenómeno multifacético, con luces y sombras, que sigue resonando en la identidad política chilena y que ninguna narrativa única puede abarcar por completo. La clave para avanzar reside en reconocer esta complejidad y en buscar consensos que permitan superar la fragmentación actual.
2025-11-11