
El conflicto en Gaza ha dejado una cifra escalofriante: más de 68.000 muertos desde el inicio de la ofensiva israelí, según el Ministerio de Sanidad de la Franja. Esta cifra incluye a 120 personas que figuraban como desaparecidas y cuya defunción fue corroborada recientemente, además de otros 29 fallecidos registrados en los últimos días.
El alto al fuego declarado el 10 de octubre no ha significado un fin efectivo a la violencia. Desde entonces, Israel ha sido acusado de causar la muerte de al menos 27 personas en ataques que han continuado pese a la tregua. Por su parte, los equipos de rescate gazatíes han logrado recuperar 404 cadáveres atrapados entre escombros, labor que antes era imposible debido a la presencia militar y los bombardeos constantes.
Desde la óptica israelí, la ofensiva fue presentada como una respuesta necesaria a ataques previos y una medida para garantizar la seguridad nacional. Sin embargo, esta narrativa es cuestionada por organizaciones internacionales y sectores civiles que denuncian un desproporcionado uso de la fuerza y un impacto devastador en la población civil gazatí.
“La cifra de víctimas refleja una tragedia humanitaria de proporciones inimaginables,” señala un portavoz de la ONU, mientras que representantes israelíes insisten en que las operaciones buscan desmantelar redes terroristas que operan desde Gaza.
En Gaza, la población vive una doble tragedia: la pérdida de familiares y la destrucción masiva de infraestructura básica, lo que ha generado una crisis humanitaria sin precedentes. “No hay tregua para los que sufren aquí, ni en la muerte ni en la vida diaria,” comenta una activista local.
Este episodio ha puesto en evidencia la fragilidad de los acuerdos de alto al fuego en contextos de conflicto prolongado y la dificultad para proteger a civiles en zonas de combate. Además, ha reavivado el debate internacional sobre la legitimidad de las acciones militares y la necesidad de mecanismos efectivos para garantizar el respeto a los derechos humanos.
La acumulación de víctimas y la persistencia de la violencia revelan que, más allá de las cifras, el conflicto sigue sin una solución política clara, lo que augura un futuro incierto para la región. La comunidad internacional enfrenta el desafío de traducir los llamados a la paz en acciones concretas que detengan el ciclo de violencia y eviten nuevas tragedias.
En definitiva, la ofensiva israelí en Gaza y sus consecuencias son un recordatorio doloroso de la complejidad de los conflictos modernos, donde las heridas no sólo se cuentan en números, sino en vidas humanas marcadas para siempre por la tragedia y la incertidumbre.