
El hallazgo del cuerpo de Eliyahu Margalit, el décimo rehén israelí devuelto por Hamas desde el alto al fuego iniciado en octubre de 2023, ha reabierto heridas profundas y evidenciado la complejidad de un acuerdo que se resiste a avanzar sin tropiezos. Margalit, un criador de ganado de 76 años asesinado durante el ataque terrorista en el kibutz Nir Oz, murió el 7 de octubre de 2023 y su cuerpo fue retenido por Hamas durante dos años. Su identificación y entrega a Israel se produjo en medio de un proceso que, aunque mediado por Estados Unidos, Egipto y Qatar, ha estado marcado por demoras, desconfianzas y un escenario de guerra aún latente.
El acuerdo inicial, que contemplaba el intercambio de rehenes vivos y cuerpos entre Hamas e Israel, se diseñó como un intento de detener la escalada bélica y abrir una vía hacia la paz. Sin embargo, la entrega de cuerpos ha sido irregular: hasta la fecha, Hamas ha devuelto 11 cadáveres, aunque uno no correspondía a un rehén israelí, y aún quedan 18 cuerpos pendientes. La lentitud de este proceso ha sido atribuida por Hamas a la destrucción en Gaza, la presencia de explosivos sin detonar y la dificultad de acceder a zonas bajo control israelí. Por su parte, Israel ha denunciado estas demoras y ha advertido sobre posibles acciones militares si no se cumple el acuerdo.
Desde el gobierno israelí, la devolución de los cuerpos es vista como un paso necesario para cerrar un capítulo de dolor y avanzar hacia la justicia, aunque persiste un sentimiento de frustración por la falta de reciprocidad total. El presidente Isaac Herzog calificó la identificación de Margalit como un acto de dignidad para las familias afectadas.
En contraste, Hamas sostiene que la situación en Gaza dificulta el cumplimiento y que la entrega de cuerpos es un proceso que debe ser tratado con cautela para evitar riesgos humanitarios mayores. Un vocero del movimiento señaló que “la destrucción y el bloqueo complican la localización y recuperación de los cuerpos”.
La comunidad internacional observa con preocupación este tira y afloja. Estados Unidos, actor clave en la mediación, ha reiterado la importancia de respetar el acuerdo para evitar una escalada mayor. Sin embargo, voces críticas advierten que la dependencia del intercambio de cuerpos como mecanismo de negociación puede perpetuar un ciclo de sufrimiento y venganza.
Este episodio deja en evidencia que la memoria y la justicia en contextos de conflicto armado son procesos lentos y dolorosos, donde la política, la seguridad y la humanidad se entrecruzan de manera compleja. La identificación y devolución de cuerpos no es solo un acto técnico o diplomático, sino un gesto de reconocimiento y reparación para las familias y sociedades involucradas.
El hecho de que aún queden cuerpos sin entregar y que la entrega haya tomado casi dos años desde el inicio del conflicto, refleja la fragilidad de los acuerdos y la persistencia de tensiones que podrían reavivar el conflicto. Además, la situación ha generado un debate sobre la efectividad de la mediación internacional y la necesidad de mecanismos más robustos que prioricen la dignidad humana sobre las estrategias políticas.
En suma, la tragedia de Margalit y los demás rehenes muertos es un recordatorio de que, en la arena del conflicto, las pérdidas humanas no se resuelven con rapidez, y que la justicia y la memoria requieren paciencia, voluntad política y un compromiso genuino con la verdad. El desafío para ambas partes y la comunidad internacional será transformar este intercambio doloroso en un paso hacia una paz sostenible, o arriesgarse a repetir la historia en un ciclo interminable de violencia y sufrimiento.