A más de un mes de las elecciones primarias, el eco de las urnas ha terminado de asentarse, revelando un panorama político profundamente reconfigurado. Lejos de ser un mero trámite para definir nombres, los comicios actuaron como un catalizador que aceleró fracturas internas, forzó realineamientos estratégicos y dejó al descubierto las vulnerabilidades de los principales bloques que aspiran a La Moneda. El tablero presidencial no solo tiene nuevos protagonistas, sino también nuevas reglas y dilemas que marcarán los próximos meses.
En el oficialismo, la victoria de la candidata comunista Jeannette Jara sobre la carta del Socialismo Democrático, Carolina Tohá, fue el epicentro de un sismo político cuyas réplicas aún se sienten. La campaña ya había expuesto las grietas entre las dos almas del gobierno. La presidenta del Partido Socialista, Paulina Vodanovic, advirtió premonitoriamente que un triunfo de Jara "facilita la tarea a la derecha", aludiendo al estigma histórico que carga el Partido Comunista y que podría ser explotado por la oposición. La tensión escaló en la recta final con un video de la bancada socialista en apoyo a Tohá, calificado como "irrespetuoso" por el Frente Amplio, al caricaturizar al gobierno del Presidente Gabriel Boric como una "práctica profesional" que fue salvada por la experiencia de su ministra.
El triunfo de Jara, por tanto, no fue solo el de una candidata, sino el de un proyecto político que ahora enfrenta el desafío de trascender sus fronteras naturales. La respuesta no tardó en llegar: tras su victoria, y en medio de un pleno del comité central de su partido, surgió con fuerza la discusión sobre una posible suspensión de su militancia comunista. Este movimiento táctico, filtrado polémicamente por figuras como Daniel Jadue, busca neutralizar los ataques de la derecha y presentarse como una figura de mayor transversalidad. Sin embargo, la maniobra abre un debate de fondo: ¿es posible liderar una coalición de centro-izquierda renunciando, aunque sea simbólicamente, a 37 años de identidad política? La propia Jara ha hecho un llamado a "todas las fuerzas políticas" para construir una "mayoría social y política, no una mayoría circunstancial", un gesto que busca calmar las aguas en un oficialismo que debe sanar heridas profundas para enfrentar unido la primera vuelta.
En la vereda opuesta, el escenario no es menos complejo. La candidatura de Evelyn Matthei, consolidada como la carta de Chile Vamos, ha operado como una fuerza centrípeta que, al mismo tiempo, expulsa a los actores que no se sienten representados. El caso más emblemático es la fractura de Amarillos por Chile. Nacido como un movimiento de centro para oponerse a los extremos, el partido sufrió la renuncia de fundadores históricos como Soledad Alvear y Gutenberg Martínez, quienes argumentaron que el apoyo a Matthei "aparta" a la colectividad de su vocación centrista y la subordina a una coalición de derecha.
Este reacomodo en el centro evidencia la dificultad de construir una tercera vía en un escenario polarizado. Pero la principal amenaza para la hegemonía de Matthei no viene del centro, sino de su propio sector. La incorporación del exalcalde de La Florida, Rodolfo Carter, a la campaña de José Antonio Kast representa un movimiento estratégico de alto impacto. Carter, una figura con alta visibilidad mediática y un discurso enfocado en la seguridad, aporta un capital político que fortalece al Partido Republicano y lo posiciona como un competidor real, no solo como un complemento. Este fortalecimiento de Kast obliga a Matthei a una compleja partida de ajedrez: debe asegurar su flanco derecho para evitar una fuga de votos hacia los republicanos, sin por ello abandonar la moderación necesaria para conquistar al electorado de centro que le permita ganar en una eventual segunda vuelta.
Las primarias de 2025 no cerraron el debate; lo abrieron de par en par. El resultado es un escenario político más fragmentado y fluido que el de elecciones anteriores, heredero directo de las tensiones no resueltas del estallido social y los fallidos procesos constitucionales. Tanto Jeannette Jara como Evelyn Matthei emergen como las figuras principales de sus sectores, pero ambas lo hacen con coaliciones tensionadas y con la obligación de resolver dilemas estratégicos fundamentales.
La pregunta que queda en el aire es quién logrará interpretar mejor a ese vasto electorado que se siente huérfano, que desconfía de las identidades políticas tradicionales y que busca respuestas a problemas concretos como la seguridad, el costo de la vida y la calidad de los servicios públicos. La batalla presidencial ha comenzado, y su campo de juego principal no estará en los extremos, sino en la capacidad de los candidatos para construir puentes hacia un centro político que hoy, más que nunca, se muestra esquivo y decisivo.