
En un escenario político que marca un quiebre histórico, Bolivia se encuentra frente a un balotaje presidencial que definirá no solo quién gobernará los próximos cinco años, sino también el rumbo que tomará un país agobiado por una de sus peores crisis económicas en décadas. El domingo 19 de octubre de 2025, los bolivianos eligieron entre Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), y Jorge "Tuto" Quiroga, de la alianza Libertad y Democracia (Libre).
Rodrigo Paz, de 58 años, representa una opción que se presenta como reformista moderada y pragmática. Hijo del expresidente Jaime Paz Zamora y forjado en la política desde la izquierda revolucionaria hacia un centro más conservador, Paz ha intentado capitalizar el descontento con el Movimiento al Socialismo (MAS) y atraer a una base heterogénea que incluye tanto a sectores urbanos como rurales. Su discurso se centra en la estabilidad fiscal, la reducción de impuestos y la eliminación de trabas estatales, con un énfasis en la descentralización y el acceso al crédito. Sin embargo, su imagen se ha visto ensombrecida por imputaciones de corrupción durante su gestión como alcalde de Tarija y por la inclusión en su fórmula presidencial de Edman Lara, una figura popular entre sectores jóvenes pero polémica para otros.
Por otro lado, Jorge Tuto Quiroga, de 65 años, exmandatario entre 2001 y 2002, representa la continuidad de una derecha conservadora con un enfoque técnico y austero. Su campaña se apoyó en la experiencia y en propuestas de austeridad radical, incluyendo la apertura irrestricta a importaciones y la búsqueda de apoyo financiero internacional, como el Fondo Monetario Internacional. Su alianza con sectores empresariales y su base en Santa Cruz le aseguran un apoyo fuerte, aunque su pasado vinculado a la dictadura de Hugo Banzer y su imagen de político tradicional le restan atractivo para un electorado que demanda renovación.
El declive del MAS quedó patente en la primera vuelta electoral, donde sus antiguos bastiones fueron conquistados por Paz. Departamentos como La Paz, Cochabamba y El Alto, que hasta hace poco eran feudos del partido de Evo Morales, optaron por un cambio que no se traduce en un giro a la izquierda, sino en un viraje hacia opciones moderadas y conservadoras. Este fenómeno refleja una desafección profunda con la izquierda tradicional, aunque también un rechazo a la derecha dura.
"Paz captura el voto rural y urbano que ha perdido el MAS, pero no es un izquierdista; su discurso es más favorable a intereses populares que a ideologías", señala el analista Eduardo Gamarra. El respaldo público de Samuel Doria Medina, candidato que obtuvo un 20% en primera vuelta y que apoyó a Paz, añadió complejidad a la dinámica, ya que parte de sus votantes podrían migrar hacia Quiroga.
Desde el sector progresista, hay preocupación por el avance de propuestas que podrían profundizar la desigualdad y debilitar los derechos sociales. "Un gobierno de Tuto significaría un retroceso en políticas sociales y una mayor apertura a modelos económicos que han demostrado fragilidad en la región", advierte la economista boliviana María Elena Flores.
Mientras tanto, sectores empresariales y conservadores ven en Quiroga la oportunidad de estabilizar la economía y atraer inversiones, aunque reconocen que su éxito dependerá de su capacidad para moderar su discurso y ampliar su base más allá de Santa Cruz.
En contraste, la candidatura de Paz, con su mezcla de pragmatismo y discurso social, genera expectativas y dudas. Su estrategia de presentarse como outsider, a pesar de su historia política, y su apuesta por figuras jóvenes en la campaña buscan conectar con un electorado cansado de las élites tradicionales.
Este balotaje no es solo una elección presidencial, sino un reflejo de la transformación política y social de Bolivia tras casi 20 años de predominio del MAS. La elección entre Paz y Quiroga simboliza la tensión entre un cambio moderado y una restauración conservadora, ambas opciones marcadas por sus propias contradicciones y desafíos.
Lo que está en juego va más allá de quién ocupe el Palacio Quemado: se trata de definir si Bolivia optará por un modelo de ajuste gradual con cierto enfoque social o por una terapia de shock económica que podría profundizar las fracturas sociales.
El desenlace de esta elección sentará precedentes para la región, donde las democracias enfrentan la presión de equilibrar estabilidad económica con demandas sociales crecientes. Mientras tanto, los ciudadanos bolivianos observan, conscientes de que el futuro inmediato de su país dependerá de una decisión que no solo es política, sino también profundamente humana.