
La disputa entre Estados Unidos y Venezuela ha escalado en un escenario donde la incertidumbre y la presión militar se entrelazan con decisiones políticas que evidencian profundas divisiones internas en Washington.
El 15 de octubre de 2025, el presidente Donald Trump confirmó públicamente que autorizó a la CIA a realizar operaciones encubiertas dentro de Venezuela, una admisión poco habitual para un mandatario estadounidense sobre actividades de inteligencia que suelen mantenerse en secreto. Esta autorización se enmarca en una campaña más amplia contra los carteles de droga, que según la administración estadounidense, tienen vínculos con el régimen de Nicolás Maduro.
Desde septiembre, al menos 66 personas han muerto en ataques militares estadounidenses contra embarcaciones sospechosas de narcotráfico en aguas caribeñas y del Pacífico, acciones calificadas por expertos de derechos humanos como "ejecuciones extrajudiciales". Estos hechos han generado alarma en Caracas, que ha respondido con ejercicios militares y llamados a la movilización de sus fuerzas armadas y milicias civiles.
En paralelo, el Senado de Estados Unidos, controlado por los republicanos, rechazó el 7 de noviembre una resolución bipartidista que buscaba prohibir al Ejecutivo emprender acciones militares en Venezuela sin la aprobación del Congreso. La votación, ajustada (51 contra 49), reflejó la línea partidaria con solo tres senadores cruzando el bloque.
Esta negativa legislativa supone un respaldo implícito a la estrategia de Trump, que busca mantener flexibilidad para actuar unilateralmente en la región, aunque sin una decisión definitiva sobre una invasión o ataque terrestre.
Los analistas legales y constitucionales han señalado que una intervención militar sin autorización congresual violaría normas internacionales y la propia Constitución estadounidense. La abogada Heather Brandon-Smith advierte que sería una invasión ilegal, comparable a la de Rusia en Ucrania, y una usurpación del poder de declarar la guerra.
Desde la óptica política, la Casa Blanca sostiene que sus acciones están justificadas en la lucha contra un "conflicto armado no internacional" contra narcotraficantes, y que buscan frenar el flujo de drogas hacia Estados Unidos. La portavoz Anna Kelly afirmó que el presidente ha dejado claro su compromiso con esta campaña, aunque evitó detallar planes específicos.
La oposición venezolana en el exilio, representada por figuras como María Corina Machado, apoya abiertamente estas medidas, calificando a Maduro de narcoterrorista y respaldando la presión militar como camino para su caída. En contraste, el gobierno chavista denuncia una conspiración imperialista destinada a robar los recursos naturales del país y mantiene una postura desafiante.
La llegada próxima del portaaviones Gerald Ford al Caribe, con un despliegue que sumará más de una docena de buques de guerra estadounidenses en la región, añade un componente tangible a esta guerra de nervios. El 20% de la flota naval estadounidense estará concentrada en aguas latinoamericanas, un hecho sin precedentes recientes.
El congresista demócrata Adam Smith expresó: "La Administración no quiere ir a la guerra, pero el presidente Trump puede cambiar de opinión rápidamente. Quién sabe qué pasará".
Este contexto revela un coliseo donde los actores principales —un presidente con tendencias impredecibles, un Congreso dividido, un régimen venezolano en resistencia y una oposición exiliada— se enfrentan en una contienda que no solo es militar sino también política y simbólica.
Verdades y consecuencias:
- La campaña militar estadounidense en Venezuela ha dejado un saldo trágico con decenas de muertos, bajo la justificación de combatir el narcotráfico, pero con cuestionamientos legales internacionales y domésticos.
- La autorización de operaciones encubiertas y la negativa del Senado a limitar al Ejecutivo reflejan un Ejecutivo que busca maniobrar con autonomía, aunque sin consenso amplio.
- La tensión geopolítica en América Latina se ha exacerbado, con riesgos crecientes de un conflicto abierto o un incidente que podría escalar la crisis.
- La polarización entre quienes ven en Maduro un dictador narcotraficante y quienes denuncian una agresión imperialista se mantiene irreductible, dejando poco espacio para soluciones diplomáticas inmediatas.
En definitiva, la historia que parecía un conflicto lejano se ha convertido en un drama regional con actores que juegan su destino en un tablero donde la incertidumbre y la presión militar son protagonistas. El tiempo dirá si esta escalada desemboca en un desenlace violento o si la prudencia política logra imponer un freno a la tragedia.