
La desaparición de Krishna Aguilera Yáñez, de 19 años, reportada tras su salida a una discoteca en Santiago la madrugada del 4 de octubre, ha desencadenado una trama compleja que no solo conmueve a su entorno inmediato, sino que pone en evidencia las grietas en la protección y el seguimiento de casos similares en el país.
Krishna fue vista por última vez acompañada de un hombre de 45 años, señalado por la familia como su pareja informal y principal sospechoso. El relato de su hermana, Cristal Aguilera, describe un vínculo marcado por la preocupación y la tensión previa a la desaparición. Según ella, Krishna había cambiado de domicilio por miedo a esta relación, y la última comunicación con el sospechoso dejó más preguntas que certezas.
“El tipo me la secuestró, me la debe tener muerta, aunque me duela el alma”, afirmó Cristal en una entrevista, mostrando la desesperación y la determinación que alimentan la búsqueda.
Sin embargo, la historia adquiere matices contradictorios. Una testigo cercana a la joven aseguró haberla visto en la discoteca, tranquila y feliz, presentando al hombre como “su tío y ‘casi algo’”, una expresión que abre un debate sobre la naturaleza real y la percepción del vínculo entre ambos.
Este contraste ha generado posturas divergentes entre los actores involucrados y la opinión pública. Por un lado, la familia sostiene que se trata de una relación tóxica y posiblemente abusiva; por otro, la testigo y algunos sectores sociales sugieren que la relación podría tener una dinámica más compleja, donde la joven no necesariamente se sentía amenazada o coaccionada.
Desde la perspectiva institucional, la PDI ha mantenido un perfil reservado, limitándose a confirmar la desaparición y la búsqueda activa, sin entregar detalles que puedan entorpecer la investigación. No obstante, la ausencia de avances visibles y la falta de información clara alimentan la incertidumbre y el desgaste emocional de la familia y la comunidad.
Este caso también pone en relieve la problemática más amplia de la violencia de género y la vulnerabilidad de las jóvenes en contextos urbanos, donde las relaciones informales pueden esconder dinámicas de poder y riesgo que no siempre son evidentes para el entorno inmediato.
“Es un hombre enfermo que se mete con niñas, pero aquí se equivocó, porque yo no tengo miedo y no voy a descansar hasta encontrar a este sujeto y a mi hermana”, concluye Cristal, encarnando la lucha de quienes quedan atrás, enfrentando la tragedia con una mezcla de dolor y coraje.
En conclusión, la desaparición de Krishna Aguilera no es solo un episodio aislado sino un espejo de múltiples realidades y tensiones sociales: la fragilidad de las relaciones informales, la complejidad de las percepciones sobre el vínculo afectivo, y la urgencia de mecanismos efectivos para proteger a las personas en riesgo. Mientras la búsqueda continúa, la historia invita a reflexionar sobre las verdades que emergen cuando el silencio se rompe y las sombras se enfrentan a la luz.