El reciente alto el fuego en Gaza, anunciado con la esperanza de un respiro en un conflicto que ha marcado la región durante años, se ha revelado como una tregua frágil, permeada por violaciones continuas de derechos humanos y una violencia que no cesa. La ONU, a través de su oficina de Derechos Humanos, ha emitido una alerta urgente sobre posibles crímenes de guerra cometidos tanto por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) como por Hamas, que no solo continúa enfrentándose a Israel, sino que también ha intensificado la represión contra grupos rivales dentro de Gaza.
Desde el inicio del alto el fuego, se han documentado al menos 15 palestinos muertos en zonas cercanas a áreas controladas por militares israelíes. La ONU recuerda que, aunque las FDI mantienen el control de más de la mitad de la Franja, deben respetar los principios internacionales de distinción, proporcionalidad y precaución. Atacar a civiles que no participan en hostilidades es un crimen de guerra, sin importar la cercanía a las líneas militares.
Por otro lado, la violencia interna no ha disminuido. La oficina de la ONU señala que los enfrentamientos entre Hamas y otras facciones palestinas se han intensificado, con reportes de ejecuciones extrajudiciales y abusos que el grupo gobernante debe prevenir y reprimir. Esta doble violencia refleja la complejidad y el desorden que persisten en Gaza, donde las instituciones públicas y de seguridad han sido devastadas por años de bombardeos.
Las voces internacionales se dividen en torno a la responsabilidad y las soluciones. Algunos gobiernos occidentales enfatizan la necesidad de que Israel garantice la seguridad de su población y el respeto al derecho internacional. Mientras, sectores críticos denuncian la ocupación y bloqueos como factores que perpetúan el sufrimiento y la violencia.
En la región, la población civil vive atrapada en un coliseo donde las tragedias se repiten: madres que lloran a sus hijos, familias desplazadas y una infraestructura colapsada que dificulta la recuperación. La comunidad internacional, incluida la ONU, insiste en que el restablecimiento del orden público debe respetar los estándares internacionales de derechos humanos y el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino.
Este escenario plantea preguntas inquietantes: ¿Puede un alto el fuego sostenerse sin una solución política que aborde las causas profundas? ¿Cómo evitar que la violencia interna y externa siga cobrándose vidas inocentes?
La verdad ineludible es que, pese a la aparente calma, Gaza sigue siendo un territorio en llamas bajo una tregua que no detiene el sufrimiento ni la incertidumbre. La comunidad internacional enfrenta el desafío de transformar esta pausa en un camino hacia la paz, o de lo contrario, será testigo de nuevas tragedias en un conflicto que parece no tener fin.