Lo que en abril de 2025 comenzó como una andanada de amenazas arancelarias que sacudió a los mercados globales, se ha decantado, tres meses después, en un complejo escenario de dos frentes. Por un lado, una guerra comercial que ya no es un ataque indiscriminado, sino una serie de escaramuzas diplomáticas y presiones bilaterales. Por otro, una batalla legislativa interna en Estados Unidos que redefine su pacto fiscal y social. La promesa populista de Donald Trump de reescribir las reglas del comercio mundial ha madurado, dejando al descubierto sus costos, sus beneficiarios y una profunda incertidumbre sobre el futuro del orden económico global.
La estrategia de la Casa Blanca ha operado en dos pistas paralelas pero interconectadas. En el frente externo, la retórica del "arancel para todos" mutó rápidamente. La presión de gigantes tecnológicos como Apple, preocupados por un alza desmesurada en los precios de sus productos ensamblados en China, forzó una primera concesión clave: la exención de aranceles para celulares y computadoras. Este pragmatismo, sin embargo, no significó una tregua. La atención se redirigió hacia negociaciones país por país, con China como el principal adversario, pero con actores como Vietnam emergiendo como protagonistas inesperados. El acuerdo anunciado con Hanói —que incluye un arancel del 20% y un impuesto del 40% a productos de "transbordo" para evitar la triangulación desde China— es el ejemplo más claro del nuevo modelo: usar la amenaza arancelaria como palanca para forzar pactos a medida, incentivando a las empresas a diversificar sus cadenas de producción fuera del gigante asiático.
Simultáneamente, en el frente doméstico, la administración Trump impulsó su "Big Beautiful Bill", un colosal proyecto de ley que va mucho más allá del comercio. Su aprobación en el Senado, lograda solo por el voto de desempate del vicepresidente, evidenció las fracturas incluso dentro del Partido Republicano. La ley extiende recortes de impuestos de 2017, beneficia a industrias tradicionales y a los hogares de mayores ingresos, pero a un costo que genera alarma. La Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO), un organismo no partidista, proyectó que la medida aumentará la deuda pública en US$ 2,4 billones en la próxima década. Además, propone drásticos recortes a programas sociales como Medicaid (cobertura de salud para personas de bajos ingresos) y SNAP (cupones de alimentos), y elimina incentivos para la industria de vehículos eléctricos, lo que provocó la ira de figuras como Elon Musk, quien calificó el proyecto como una "abominación repugnante".
La narrativa de esta guerra económica es polifónica y está cargada de disonancias:
Estas políticas no surgen en el vacío. Responden a una corriente de descontento con la globalización y son la manifestación más visible de la creciente rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y China. El modelo de un comercio global regido por reglas multilaterales está siendo activamente desafiado por un enfoque transaccional y de poder bilateral.
A mediados de julio de 2025, la situación sigue en plena ebullición. La "Big Beautiful Bill" debe ser reconciliada entre la Cámara y el Senado. La fecha límite del 9 de julio para cerrar más acuerdos comerciales presiona a decenas de países, y la Casa Blanca continúa ampliando su lista de naciones sujetas a nuevos aranceles, como Filipinas, Argelia e Irak. El mundo no ha vuelto al proteccionismo del siglo XX, pero está entrando en una nueva era de "globalización gestionada", donde la política y la seguridad nacional pesan tanto o más que la eficiencia económica. Para países como Chile, navegar estas aguas turbulentas requerirá no solo de prudencia fiscal, sino de una diplomacia ágil y una capacidad de adaptación constante.