Lo que durante años fue una "guerra en la sombra" —un conflicto de sabotajes, ciberataques y asesinatos selectivos— estalló a mediados de 2025 en una confrontación abierta y directa entre Irán e Israel. A varios meses de distancia, los ecos de los misiles y las alarmas antiaéreas se han atenuado, pero han dejado tras de sí un tablero geopolítico reconfigurado y una tensión latente que define el nuevo pulso de Medio Oriente y el mundo. La escalada no solo dejó víctimas y destrucción, sino que también desnudó las complejas y a menudo contradictorias estrategias de las potencias globales, y profundizó la tragedia humanitaria en la Franja de Gaza.
La crisis se desató con una ofensiva israelí a gran escala contra lo que describió como infraestructura militar y nuclear en Irán, causando la muerte de altos mandos y científicos. La respuesta de Teherán fue inmediata y contundente. Por primera vez, misiles iraníes impactaron directamente en zonas residenciales de Israel, como Tamra y Bat Yam, dejando un saldo de víctimas civiles, incluyendo niños. La barrera psicológica de la confrontación indirecta se había roto.
Un punto de inflexión fue el ataque del 19 de junio al Hospital Soroka en Beerseba, el principal centro médico del sur de Israel. Mientras Israel denunciaba un crimen de guerra deliberado contra una institución que simbolizaba la coexistencia —atendiendo a judíos y árabes por igual—, Irán afirmaba que su objetivo era un centro de inteligencia militar adyacente, y que el hospital sufrió daños colaterales. Esta dualidad de narrativas encapsuló la naturaleza del conflicto: una lucha militar entrelazada con una guerra de percepciones, donde la verdad se convierte en la primera víctima.
En medio del caos, la administración de Donald Trump en Estados Unidos jugó un papel desconcertante. Por un lado, se reveló que la Casa Blanca había vetado un plan israelí para asesinar al líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, una decisión que probablemente evitó una guerra regional total. Esta acción, atribuida al "instinto de contención" de Trump, fue aplaudida por figuras republicanas aislacionistas como el senador Rand Paul.
Sin embargo, esta prudencia tras bambalinas contrastaba fuertemente con la retórica pública. Trump amenazó a Irán con una respuesta de "fuerza total" y, simultáneamente, se mostró como un mediador capaz de lograr la paz. Esta ambigüedad reflejó una profunda división en Washington, con halcones como el senador Lindsey Graham abogando por un apoyo militar incondicional a Israel para destruir el programa nuclear iraní. El mensaje para el mundo fue el de una superpotencia impredecible, cuyas decisiones oscilaban entre la contención pragmática y el impulso beligerante.
La escalada regional tuvo un impacto devastador en la ya crítica situación de la Franja de Gaza. Mientras la atención mundial se centraba en el duelo entre Irán e Israel, las operaciones militares israelíes en el enclave palestino continuaron, cobrando la vida de decenas de civiles justo cuando se intentaba negociar una tregua en Catar.
Más preocupante aún fue lo que se discutió en los pasillos del poder. En una reunión en la Casa Blanca el 8 de julio, el primer ministro Benjamin Netanyahu y el presidente Trump abordaron planes a largo plazo para Gaza. Netanyahu elogió la "visión brillante" de Trump de una reubicación de palestinos, refiriéndose a ella como "libre elección". Casi en paralelo, el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, propuso la creación de una "ciudad humanitaria" en las ruinas de Rafah para encerrar a 600.000 gazatíes, un plan que críticos como el abogado de derechos humanos Michael Sfard calificaron como un preparativo para la deportación forzada y un crimen de lesa humanidad.
Estos planes, aunque no ejecutados de inmediato, revelaron una corriente de pensamiento radical dentro del gobierno israelí y una aparente permisividad por parte de su principal aliado, sembrando una profunda alarma sobre el futuro de la población palestina y la viabilidad de cualquier solución de dos Estados.
La crisis no pasó desapercibida para otras potencias mundiales. Amenazando con imponer aranceles a los países que se alinearan con políticas "antiestadounidenses", Trump provocó una reacción inmediata de Rusia y China. Ambos países aprovecharon la oportunidad para consolidar el bloque de los BRICS como un polo de cooperación y estabilidad frente a lo que describieron como el unilateralismo de Washington. El Kremlin afirmó que la asociación BRICS "nunca ha estado ni estará dirigida contra terceros países", un mensaje claro que buscaba atraer a naciones del Sur Global, incluyendo a Chile, cuyo presidente participó en la cumbre llamando a fortalecer el multilateralismo.
La tensión también puso de relieve la vulnerabilidad económica global, centrada en el Estrecho de Ormuz, por donde transita una quinta parte del petróleo mundial. Aunque el flujo no se interrumpió, el fantasma de un bloqueo sirvió como recordatorio de cómo un conflicto regional puede tener consecuencias económicas globales inmediatas.
Meses después, la confrontación directa ha cesado, pero la región vive en un nuevo estado de alerta. La "guerra en la sombra" ha sido reemplazada por la certeza de que un ataque directo es posible, redefiniendo los cálculos estratégicos de todos los actores. En Gaza, la crisis humanitaria persiste, y los planes de desplazamiento masivo, aunque en suspenso, continúan siendo una amenaza existencial. El mundo observa un Medio Oriente más polarizado y un orden global donde alianzas como los BRICS desafían activamente la hegemonía estadounidense. La escalada de 2025 no fue el inicio de la Tercera Guerra Mundial, pero sí fue el doloroso nacimiento de una nueva y más peligrosa era en el ajedrez global.