
Un mes antes de las elecciones presidenciales, la campaña de Jeannette Jara (PC) experimentó un giro inesperado que desnuda las tensiones dentro del oficialismo y la presión creciente de la oposición. El 13 de octubre de 2025, el comando de Jara anunció un cambio radical en su estrategia comunicacional, eliminando a tres voceros clave y haciendo que la candidata tome un rol protagónico en la recta final.
Este movimiento no fue un simple ajuste técnico, sino la respuesta a una compleja maraña de intereses, disputas y cuestionamientos que habían ido madurando en las semanas previas.
Los diputados Tomás Hirsch y Gael Yeomans, junto a la exministra Laura Albornoz, fueron desplazados de sus roles como voceros oficiales. Estos parlamentarios, todos en busca de reelección, generaban incomodidad en partidos aliados que denunciaban una ventaja desleal dentro del comando. Desde la vereda oficialista, se argumentó que la medida buscaba evitar conflictos y darle mayor cohesión a la campaña, pero voces internas revelan que la presión era insostenible.
Constanza Martínez, presidenta del Frente Amplio, expresó en privado su molestia por la influencia de Hirsch, quien representa un sector que desoyó el llamado presidencial a una lista parlamentaria unificada. Hirsch, por su parte, no ocultó su malestar y denunció un ambiente poco colaborativo entre aliados.
El caso de Laura Albornoz fue quizás el más delicado. Su rol en el directorio de ENAP y los cuestionamientos por viajes al extranjero provocaron un desgaste que trascendió el oficialismo. La oposición, especialmente el Partido Republicano, llevó estos hechos hasta la Contraloría, generando un flanco que obligó a Jara a distanciarse públicamente.
Finalmente, Albornoz aceptó un rol menos visible, lo que confirma cómo las polémicas externas pueden minar la estabilidad interna de una campaña.
Con el repliegue de sus voceros, Jeannette Jara tomó las riendas de la comunicación, desplegándose con mayor frecuencia en medios y actos públicos. Este protagonismo buscó proyectar unidad y control en una etapa crucial, pero también expuso a la candidata a un escrutinio más intenso.
Desde la oposición, se interpretó el ajuste como un signo de debilidad y desorden interno, mientras que en el oficialismo se defendió como un paso necesario para enfrentar la recta final con mayor claridad estratégica.
Ciudadanos y analistas observan con atención cómo estas tensiones reflejan desafíos más profundos: la dificultad de cohesionar una coalición diversa y la presión de equilibrar intereses electorales particulares con la coherencia del proyecto político.
El reajuste en la campaña de Jara no solo es un cambio táctico, sino un síntoma de las fracturas políticas que atraviesan al oficialismo. La salida de voceros clave y el protagonismo asumido por la candidata evidencian una lucha interna por el control narrativo y la gestión de crisis.
Este episodio confirma que, en la política chilena contemporánea, las campañas electorales son escenarios de poder tan complejos como el propio gobierno, donde alianzas se prueban y se resquebrajan bajo la presión del calendario y la opinión pública.
Solo el tiempo dirá si esta maniobra será suficiente para consolidar la candidatura de Jara o si, por el contrario, profundizará las divisiones que amenazan la unidad del oficialismo en su momento más crucial.