
El 10 de octubre de 2025, el Comité Nobel de Noruega otorgó el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, la líder opositora venezolana que desde hace más de una década encarna la resistencia contra el régimen de Nicolás Maduro. Esta decisión, aunque celebrada por sectores democráticos, ha generado un debate intenso que trasciende las fronteras venezolanas y pone en tensión la compleja realidad política de América Latina.
Machado recibió la noticia en la clandestinidad, tras haber sido inhabilitada para ejercer cargos públicos y perseguida por el oficialismo desde las elecciones presidenciales de julio de 2024, denunciadas como fraudulentas. Su reacción, captada en una llamada telefónica con el director del Instituto Nobel Noruego, Kristian Berg Harpviken, fue de profunda emoción y humildad: "No tengo palabras. Este es un logro de toda una sociedad, yo solo soy una persona". Su lucha ha sido reconocida por el Comité por su incansable trabajo en la promoción de los derechos democráticos y por impulsar una transición pacífica hacia la democracia en Venezuela.
En Chile, la nominación contó con el respaldo de 120 personalidades, entre ellas el expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y destacados exministros y académicos, quienes vieron en Machado un símbolo de libertad y resistencia ante el autoritarismo. Karla Rubilar, exministra, señaló que "tener el Nobel la convierte en intocable", reflejando la esperanza que despierta en amplios sectores democráticos.
Sin embargo, la figura de Machado no está exenta de críticas. Dentro de la propia oposición venezolana, algunos cuestionan su apoyo a políticas vinculadas al expresidente estadounidense Donald Trump, especialmente en materia migratoria y de seguridad, y su silencio frente a la posibilidad de una intervención militar extranjera. El sociólogo David Smilde advierte que "su lucha ha transitado por medios no democráticos, buscando una intervención militar internacional", lo que complica la percepción de su liderazgo y abre un debate sobre los límites éticos de la resistencia política.
El galardón, más allá de premiar un pasado de resistencia, parece un mensaje del Comité Nobel para influir en el futuro inmediato. En un contexto donde la democracia retrocede en varias regiones, y con la sombra de una posible escalada militar en el Caribe, la elección de Machado es interpretada como un llamado a la comunidad internacional para mantener la presión sobre el régimen de Maduro.
Este reconocimiento también reaviva la discusión sobre el papel de las mujeres en las luchas políticas latinoamericanas. Para Carolina Jiménez, presidenta de WOLA, "Machado cumple con ser lideresa, rechazar la militarización y sostener una lucha democrática", destacando la importancia de visibilizar estos roles en tiempos convulsos.
El Nobel a María Corina Machado no resuelve la crisis venezolana ni las asimetrías de poder que mantienen al régimen en el poder. Sin embargo, reencuadra la conversación internacional, interpela a actores clave y pone en evidencia la necesidad de una voluntad política coherente para restaurar la democracia. Para Venezuela, representa un símbolo de esperanza para quienes resisten desde dentro y fuera del país.
En Chile y la región, la nominación y premio evidencian la pluralidad de perspectivas sobre cómo enfrentar regímenes autoritarios y la complejidad de las alianzas internacionales. La historia de Machado invita a reflexionar sobre los límites entre resistencia y pragmatismo, entre ética y estrategia, y sobre cómo la comunidad global puede apoyar procesos democráticos sin caer en simplificaciones.
María Corina Machado es hoy un emblema de la lucha democrática en Venezuela, reconocida internacionalmente por su valentía y persistencia. Pero su figura también es espejo de las contradicciones y desafíos que enfrentan las oposiciones en contextos autoritarios. El Nobel de la Paz, lejos de ser un punto final, abre un capítulo que exige análisis crítico, pluralidad de voces y, sobre todo, una mirada profunda sobre el futuro de la democracia en América Latina.