La rebelión silenciosa de la generación Z en América Latina: un desafío que apenas comienza

La rebelión silenciosa de la generación Z en América Latina: un desafío que apenas comienza
Internacional
América Latina
2025-11-13
Fuentes
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- Movilizaciones juveniles descentralizadas que cuestionan la política tradicional.

- Desigualdad estructural y precariedad como detonantes profundos.

- Represión y falta de respuesta institucional que alimentan la frustración social.

Un grito que no se apaga

Desde mediados de 2025, América Latina ha sido testigo de una ola sostenida de protestas protagonizadas por la generación Z, un grupo demográfico que, lejos de ser apático, ha emergido como actor central en la escena social y política regional. Este fenómeno, lejos de ser efímero, refleja una crisis estructural que ha ido madurando durante años y que ahora se expresa con fuerza renovada.

En países como Perú y Paraguay, miles de jóvenes han tomado las calles para denunciar la corrupción, la desigualdad y la falta de oportunidades. En Perú, las movilizaciones contra la reforma previsional y el gobierno de Dina Boluarte derivaron en una crisis política que culminó con la destitución exprés de la presidenta en octubre, un episodio que evidenció la fragilidad institucional y la incapacidad de los actores tradicionales para canalizar el descontento.

Perspectivas encontradas: entre la esperanza y la desconfianza

Desde el espectro político, las interpretaciones divergen. Algunos sectores de izquierda ven en estas movilizaciones una oportunidad para renovar la agenda social y avanzar hacia reformas profundas que aborden la desigualdad y la precariedad laboral que afectan a los jóvenes. Sin embargo, voces conservadoras advierten sobre los riesgos de inestabilidad y fragmentación social, señalando que la falta de liderazgos claros y la horizontalidad del movimiento dificultan el diálogo y la gobernabilidad.

En el terreno social, la generación Z se muestra heterogénea pero unida en su rechazo a la política tradicional. “No buscamos integrarnos a un sistema que nos excluye, sino transformarlo desde sus bases”, señala una líder juvenil de Asunción, Paraguay. Esta desconfianza hacia las instituciones se alimenta de años de corrupción, informalidad y un acceso limitado a servicios básicos.

El contexto económico y social: un caldo de cultivo

La persistente desigualdad, el alto desempleo juvenil y la precarización del empleo constituyen el trasfondo de estas protestas. Según datos recientes del PNUD, la inseguridad y la pobreza afectan de manera desproporcionada a los jóvenes urbanos, cerrando el llamado “ascensor social”. Además, la inflación y el costo de vida elevado profundizan la sensación de desesperanza.

Este malestar se potencia en un entorno digital hiperconectado, donde las redes sociales actúan como catalizadores y plataformas para la organización, pero también como espacios de polarización y desinformación.

Represión y diálogo: una tensión sin resolver

En varios países, la respuesta estatal ha oscilado entre la represión y tímidos llamados al diálogo. En Madagascar y Marruecos, por ejemplo, la represión dejó decenas de muertos, un escenario que resuena con la experiencia latinoamericana, donde la violencia estatal ha sido una constante en la gestión de las protestas.

Esta dinámica genera una paradoja: mientras la represión busca contener el descontento, alimenta la radicalización y la desafección, complicando la construcción de soluciones sostenibles.

Conclusiones y retos a futuro

La generación Z en América Latina no es un actor pasajero ni homogéneo, sino un colectivo plural que desafía las estructuras políticas y sociales vigentes. Su movilización pone sobre la mesa la urgencia de repensar las políticas públicas, la representación política y los mecanismos de inclusión social.

Es evidente que el ciclo de protestas no se detendrá por la vía represiva ni la indiferencia institucional. La región enfrenta un punto de inflexión donde la capacidad de diálogo, la apertura a reformas profundas y la reconstrucción de confianza serán determinantes.

En definitiva, la pregunta no es si habrá más movilizaciones, sino cómo se responderá a ellas. La generación Z exige no solo ser escuchada, sino ser tomada en serio como motor de cambio. El futuro de la democracia latinoamericana podría depender de ello.