
Tras un mes desde la declaración del alto el fuego entre Israel y Hamás en Gaza, la situación permanece en un limbo complejo, donde la esperanza inicial ha dado paso a una mezcla de frustración, desconfianza y desafíos prácticos para la reconstrucción.
El 10 de octubre de 2025 entró en vigor un cese al fuego tras dos años de conflicto intenso, con la condición de que Hamás liberara a los rehenes restantes y entregara los cadáveres localizados. Sin embargo, la entrega de sólo 12 de los 28 cadáveres pactados hasta la fecha ha generado una crisis de confianza que ralentiza la fase siguiente del acuerdo. Israel, por su parte, ha respondido limitando la entrada de ayuda humanitaria y manteniendo controles estrictos en el paso de Rafah, lo que ha agravado la situación humanitaria en la Franja.
Miles de palestinos han regresado a zonas devastadas, particularmente en el norte de Gaza, donde hasta tres cuartas partes de los edificios están dañados o destruidos. Voces como la de Hanaa Almadhoun, enfermera gazatí, describen un paisaje donde "todo quedó destruido... escombros por todas partes y municiones sin detonar". La recuperación de la vida cotidiana se enfrenta a la realidad de calles intransitables y la falta de servicios básicos.
La defensa civil de Gaza continúa con las excavaciones para localizar cuerpos bajo los escombros, un proceso doloroso que subraya la magnitud de la tragedia humana. Mientras tanto, la entrada de ayuda internacional ha sido insuficiente, con agencias como Unicef advirtiendo que se necesitan al menos 600 camiones diarios para cubrir las necesidades básicas, cifra aún lejos de alcanzarse.
El movimiento islamista, aunque oficialmente ha cedido el gobierno a una administración tecnocrática y apolítica, ha retomado el control de las calles y reimpuesto un orden severo, eliminando a clanes familiares que colaboraron con Israel. Mohammed Nazzal, dirigente de Hamás, reconoció la necesidad de mantener presencia armada para proteger las rutas de ayuda y garantizar la seguridad interna, aunque sin intención de usar las armas contra Israel durante la tregua proyectada de tres a cinco años.
Esta dualidad evidencia la complejidad del proceso: Hamás debilitado pero aún dominante en Gaza, con discursos divergentes sobre el desarme y su futuro político, en un escenario donde la Autoridad Nacional Palestina y la comunidad internacional intentan establecer una administración funcional.
En Israel, la paciencia se agota. El retraso en la devolución de cadáveres ha sido interpretado como una violación del alto el fuego por parte de Hamás, alimentando la presión para retomar las operaciones militares. Encuestas recientes reflejan que cerca del 45% de la población apoyaría una reanudación de la guerra para eliminar a Hamás si el acuerdo se incumple, mientras otro 26% prefiere dejar la gestión en manos de mediadores internacionales.
El primer ministro Netanyahu ha reiterado que Gaza será desmilitarizada "por las buenas o por las malas", lo que mantiene una amenaza latente de escalada. La ambigüedad de los términos del acuerdo, que permiten una presencia militar israelí en corredores estratégicos, abre la puerta a una ocupación parcial prolongada y a bombardeos esporádicos bajo el argumento de evitar la reconstitución de la capacidad bélica de Hamás.
Los mediadores, principalmente Egipto, Qatar y Turquía, han reconocido que la segunda fase del acuerdo apenas ha comenzado simbólicamente, con negociaciones lentas y sin una hoja de ruta clara. La supervisión internacional, liderada por la administración Trump y figuras como Tony Blair, enfrenta el desafío de equilibrar intereses contrapuestos en un contexto regional volátil.
Expertos como Daniel E. Mouton del Atlantic Council advierten que la retirada total israelí dependerá de la capacidad de Estados Unidos para garantizar el cumplimiento del acuerdo, una tarea difícil dada la fragilidad del alto el fuego.
Este estancamiento revela varias verdades ineludibles: la reconstrucción de Gaza no puede avanzar sin una apertura real y sostenida de los pasos fronterizos y la entrega completa de los cadáveres, un asunto que trasciende lo humanitario y se convierte en símbolo de confianza o ruptura.
La persistencia de Hamás en el terreno, con un control de facto y un discurso ambivalente sobre el desarme, complica la transición hacia una administración palestina unificada y pacífica.
Por último, la sociedad israelí, dividida y cansada, mantiene abierta la opción militar, lo que hace que la paz siga siendo una aspiración frágil y condicionada a factores externos y decisiones políticas aún por concretar.
En definitiva, la tregua en Gaza es un escenario de tragedia latente, donde la reconstrucción material y política se enfrenta a la sombra de la desconfianza, la violencia contenida y una comunidad internacional que observa, pero aún no logra imponer un rumbo claro y sostenible.