
El 8 de octubre de 2025 marcó un antes y un después en la conflictiva historia de Gaza y la política israelí. Tras meses de negociaciones tensas y secretas, Israel y Hamas acordaron la primera fase de un plan de paz de 20 puntos, impulsado por la administración estadounidense de Donald Trump. Este avance, lejos de ser celebrado como un triunfo unánime, desató una crisis interna profunda en el gobierno de Benjamin Netanyahu, cuyo futuro político quedó en entredicho.
La negociación, que incluyó la liberación de rehenes y la retirada parcial de fuerzas israelíes, fue vista por sectores moderados y parte de la comunidad internacional como una oportunidad para estabilizar una región marcada por décadas de violencia. Sin embargo, los socios ultraderechistas de Netanyahu reaccionaron con furia, amenazando con derribar el gabinete y precipitar la caída del primer ministro.
Desde una óptica política, la fractura evidencia la tensión entre pragmatismo y maximalismo dentro de la derecha israelí. Mientras Netanyahu apostó por un acuerdo que podría abrir una ventana para la paz y reducir la presión internacional, sus aliados más radicalizados lo acusan de traicionar principios fundamentales y debilitar la seguridad nacional.
En el plano social, las reacciones están divididas. “Este acuerdo es un riesgo, pero también una esperanza para quienes han sufrido años de conflicto”, comenta un analista de Tel Aviv, mientras que grupos de víctimas y familias de soldados expresan su rechazo y temor a futuras concesiones.
Además, la situación ha reactivado los procesos judiciales pendientes contra Netanyahu, complicando aún más su posición. La oposición y sectores civiles exigen transparencia y responsabilidad, mientras que sus defensores denuncian una persecución política.
En el contexto regional, el acuerdo ha sido recibido con cautela. Países vecinos valoran la posibilidad de una desescalada, aunque advierten que la estabilidad dependerá de la implementación efectiva y la voluntad real de ambas partes.
Tras semanas de incertidumbre y debates acalorados, algunas verdades emergen con claridad: la búsqueda de la paz en Gaza es un camino tortuoso, donde los costos políticos son altos y las expectativas sociales, complejas. El desgaste de Netanyahu no solo refleja una crisis de liderazgo, sino también la dificultad de conciliar intereses internos con presiones externas en un escenario tan volátil.
Lo que está en juego no es solo un gobierno, sino la posibilidad de un cambio duradero en una región que ha visto demasiadas tragedias. La historia, por ahora, sigue escribiéndose con incertidumbre y la mirada atenta de un mundo que espera, pero también teme, el desenlace.