
Hace poco más de un mes, el 9 de octubre de 2025, se firmó en Egipto un acuerdo histórico entre Hamás e Israel que puso fin a un conflicto que dejó más de 67.000 muertos y una Franja de Gaza devastada. Ese día, ambas partes acordaron un cese al fuego indefinido, la liberación de rehenes israelíes y prisioneros palestinos, y la apertura gradual de ayuda humanitaria. Sin embargo, a casi cinco semanas de ese momento, el panorama revela una tregua frágil, llena de interrogantes y desafíos que ponen en tensión la viabilidad de una paz sólida.
El acuerdo, mediado por Qatar, Turquía y Estados Unidos, con la activa participación del expresidente Donald Trump, estableció que el alto al fuego comenzaría tras la aprobación del gabinete israelí y la liberación de los rehenes en un plazo de 72 horas. Esta última condición fue cumplida, generando inicialmente un alivio regional y global.
No obstante, la desconfianza entre las partes persiste. Por un lado, Israel mantiene una presencia militar significativa en Gaza, controlando aún un 53% del territorio, y ha condicionado la reducción progresiva de sus fuerzas a hitos de seguridad aún no definidos. Por otro, Hamás continúa negándose a desarmarse, condición que Israel exige como parte de la pacificación.
Desde el gobierno israelí, el primer ministro Netanyahu calificó el acuerdo como una "victoria diplomática, nacional y moral", aunque sin comprometerse a un fin definitivo de la guerra. Dentro de su coalición, sectores ultranacionalistas presionan para mantener el control de Gaza y fortalecer los asentamientos judíos, rechazando la transferencia de gobernanza a la Autoridad Palestina.
Hamás, en tanto, reafirma que solo entregará las armas cuando se establezca un Estado palestino soberano con Jerusalén como capital. Además, reclama un rol en la futura administración de Gaza, en contraposición al plan que propone un organismo transitorio de tecnócratas supervisado por una junta internacional encabezada por Trump y Tony Blair.
Estas posiciones irreconciliables evidencian que el acuerdo es más un alto al fuego que una paz definitiva.
La infraestructura de Gaza sigue en ruinas y la crisis humanitaria, aunque mitigada, no ha desaparecido. La liberación de rehenes alivió tensiones, pero el futuro político y militar de la región sigue en disputa.
La retirada militar israelí se plantea en tres etapas, pero sin plazos claros para una salida total, manteniendo un perímetro de seguridad indefinido. La gobernanza de Gaza, en manos de un organismo temporal, genera incertidumbre sobre la unidad palestina y el rol de la Autoridad Palestina.
Para la población civil, el acuerdo significa una pausa necesaria, pero no la resolución de sus anhelos ni de las causas profundas del conflicto.
Este acuerdo, lejos de ser un punto final, es un capítulo más en una saga de tensiones y negociaciones que han marcado la historia reciente de Oriente Medio. La mediación internacional y la presión política han logrado un alto al fuego, pero las discrepancias sobre el desarme, la retirada y la gobernanza mantienen viva la posibilidad de un nuevo estallido.
La clave estará en la capacidad de las partes para cumplir sus compromisos y en la voluntad de la comunidad internacional para sostener un proceso inclusivo y realista. Por ahora, la tregua ofrece un respiro, pero la paz sigue siendo una promesa pendiente.
Fuentes consultadas incluyen reportajes de BBC News Mundo, declaraciones oficiales de los gobiernos involucrados y análisis de expertos en política internacional.