
Un acuerdo que parecía imposible ha emergido tras meses de violencia desatada en Gaza. El 8 de octubre de 2025, la ONU anunció su respaldo al alto el fuego pactado entre Israel y Hamas, junto con un plan para la liberación de rehenes. La comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos, Egipto, Qatar y Turquía, logró un avance diplomático que muchos veían como una quimera en medio de décadas de enfrentamientos. Sin embargo, la historia enseña que los pactos en esta región rara vez son definitivos.
António Guterres, secretario general de la ONU, calificó el acuerdo como una “oportunidad trascendental” y urgió a las partes a cumplir los términos para que “el sufrimiento debe terminar”. El pacto contempla un alto el fuego permanente, la liberación digna de todos los rehenes y la apertura inmediata y sin obstáculos de suministros básicos y materiales comerciales a Gaza.
Desde el gobierno israelí, la postura oficial ha sido cautelosa. “Este acuerdo es un paso necesario, pero la seguridad de nuestros ciudadanos sigue siendo la prioridad”, declaró un portavoz del Ministerio de Defensa, reflejando la preocupación por posibles violaciones del alto el fuego y la persistencia de grupos armados fuera del control de Hamas.
En Gaza, la recepción fue ambivalente. Por un lado, la población civil, agotada por años de bloqueo y bombardeos, ve en la tregua una luz al final del túnel. “Queremos paz y reconstrucción, pero tememos que esto sea solo un respiro temporal”, confesó una activista local. Por otro lado, facciones radicales dentro de Hamas y otros grupos armados mantienen su rechazo a cualquier acuerdo que no incluya demandas políticas más amplias.
Estados Unidos, principal mediador, ha recibido tanto elogios como críticas. Mientras que algunos sectores valoran su rol facilitador, otros cuestionan la durabilidad del acuerdo, señalando que no aborda las causas profundas del conflicto, como la ocupación y la autodeterminación palestina.
“El acuerdo es un parche que no resuelve las raíces del problema”, sostiene un investigador del Centro de Estudios Palestinos en Beirut. En cambio, Egipto y Qatar han sido reconocidos por su capacidad para mantener canales abiertos con ambas partes, aunque con limitaciones evidentes.
Desde la firma del acuerdo, la ONU ha ampliado su ayuda humanitaria a Gaza, centrada en la recuperación y reconstrucción de infraestructura básica. Sin embargo, los daños acumulados y la fragilidad política plantean interrogantes sobre la sostenibilidad de cualquier avance.
Además, la liberación de rehenes, aunque iniciada, ha sido parcial y lenta, generando tensiones y desconfianza entre las partes. El cumplimiento del alto el fuego se ha visto interrumpido por episodios esporádicos de violencia, recordando que el camino hacia una paz duradera es tortuoso y lleno de obstáculos.
Este acuerdo, respaldado por la ONU y la comunidad internacional, representa un respiro necesario en un conflicto que ha dejado cicatrices profundas. Sin embargo, la historia y las voces desde el terreno advierten sobre la fragilidad de este avance. La verdadera prueba será si las partes logran transformar esta tregua en un proceso político creíble que atienda las demandas legítimas y garantice la seguridad y dignidad de todos los involucrados.
En definitiva, el pacto es un punto de inflexión, pero no un fin en sí mismo. El sufrimiento puede disminuir, pero la tragedia solo terminará cuando se construyan puentes sólidos y se enfrenten las raíces del conflicto con voluntad política y compromiso genuino.