El 21 de abril de 2025, el mundo católico contuvo la respiración. Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, fallecía a los 88 años a causa de un accidente cerebrovascular. Su muerte no solo cerró un pontificado de doce años que redefinió el centro de gravedad de la Iglesia, sino que también activó un cónclave cuyo resultado era, hasta hace pocas semanas, uno de los más inciertos de la historia moderna. Hoy, con el humo blanco ya disipado y el Papa León XIV, de origen peruano-estadounidense, iniciando sus funciones, es posible analizar con distancia la era de Francisco y las tensiones que su sucesor hereda.
El pontificado de Bergoglio fue, desde su inicio, uno de gestos y símbolos. Fue el Papa de las periferias, el primero de América Latina, que con su encíclica Laudato Si' puso la crisis climática en el centro del debate moral y con Fratelli Tutti abogó por una fraternidad universal en un mundo fracturado. Su mediación en el deshielo entre Cuba y Estados Unidos y su apoyo al proceso de paz en Colombia demostraron un papado con vocación de actor geopolítico. Su testamento, pidiendo un sepulcro sencillo "en la tierra" con la única inscripción "Franciscus", fue la rúbrica final de un pontificado que predicó la humildad.
Sin embargo, su legado es una trama de luces y sombras. Mientras se erigía como una voz progresista en lo social y económico, mantuvo la doctrina tradicional en temas como el aborto, los anticonceptivos y el sacerdocio femenino, generando una disonancia que grupos como Católicas por el Derecho a Decidir calificaron como una "deuda histórica con las mujeres".
En su propia región, América Latina, su popularidad no logró frenar la sangría de fieles. Según Latinobarómetro, el porcentaje de católicos en la región cayó del 67% en 2013 al 54% en 2024. Los escándalos de abusos sexuales clericales, una herida abierta que heredó y que intentó suturar con medidas más duras, siguieron minando la credibilidad de la institución. El caso del obispo chileno Juan Barros, a quien defendió inicialmente para luego pedir perdón por su "grave error de juicio", y la tardía disolución del Sodalicio en Perú, son testimonio de las complejidades y, para muchos, de las insuficiencias de su gestión en esta materia.
La reacción a su muerte reflejó estas tensiones. En Argentina, el presidente Javier Milei, quien lo había calificado de "representante del maligno en la Tierra", expresó un "profundo dolor" y lo despidió como un hombre "bondadoso y sabio", un giro que encapsula la compleja relación del pontífice con el poder político de su continente.
El cónclave que se inició el 7 de mayo en la Capilla Sixtina fue, en gran medida, una creación del propio Francisco. Durante su papado, nombró a casi el 80% de los 133 cardenales electores, diseñando el colegio más diverso y menos eurocéntrico de la historia, con una representación sin precedentes de Asia y África. Esta globalización del cardenalato, si bien reflejaba la realidad demográfica de la Iglesia, también generó un escenario de alta imprevisibilidad, donde muchos "príncipes de la Iglesia" apenas se conocían entre sí.
Dentro de la Capilla Sixtina, con la participación del único elector chileno, el cardenal arzobispo de Santiago, Francisco Chomalí, se perfilaron distintas corrientes que buscaban definir el futuro de la Iglesia:
Tras varios días de fumatas negras, la chimenea de la Capilla Sixtina finalmente anunció Habemus Papam. La elección de un cardenal peruano-estadounidense, que adoptó el nombre de León XIV, fue una sorpresa que rompió la mayoría de los pronósticos. Su doble nacionalidad parece un intento simbólico de suturar la brecha entre el Norte y el Sur global.
En su primera gran homilía de Pentecostés, León XIV comenzó a delinear su pontificado. Con un lenguaje que evoca a Francisco, habló del amor como "antídoto contra el egoísmo, la guerra y los femicidios", y criticó "la lógica de la exclusión de los nacionalismos políticos". Su mensaje parece recoger el guante de la justicia social de su predecesor, pero con un acento particular en la crisis de los vínculos humanos en un mundo hiperconectado y en la violencia contra la mujer.
El pontificado de Francisco ha concluido, pero sus efectos perduran. Dejó una Iglesia más consciente de su diversidad global pero también más consciente de sus profundas divisiones internas. La pregunta que queda suspendida en el aire de la Plaza de San Pedro es si León XIV será el Papa que consolide las reformas de Bergoglio, el que corrija su rumbo, o el que, desde su propia y singular identidad, trace un camino completamente nuevo para los 1.300 millones de católicos del mundo.